Adolescencia

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Los políticos convertidos en casta no parecen comprender la urgente necesidad de apurar el proceso de maduración de la política en su conjunto, para abrir una ventana hacia el futuro. Parece que no les interesa. Por el contrario, sigue recreando comportamientos de una adolescencia que no termina de acabar. Un ejemplo concreto es el conflicto que ha armado con uno de los participantes de Gran Hermano, cuando el propio Gobierno parece la casa de Gran Hermano.

 

Los criterios de maduración no están entre sus objetivos y sobre ellos reina la demostración reiterada de una manera limitada de comprender y de entender una realidad que se rechaza.

 

La casta política vive confrontando, dando peleas callejeras en vez de dirimir con valor y argumentaciones aquellas cuestiones que importan a todos los argentinos, bajo el imperio de la Constitución Nacional. Muy por el contrario, rechazan los modelos de convivencia basados en el respeto y en la consideración del otro. No tienen conciencia del objeto de la existencia cívica.

 

Algunos piensan y actúan -por caso los sindicatos- que la Argentina es un territorio donde se impone el que grita más, el que extorsiona, el que tiene más recursos o el que puede imponer su voluntad por encima de la norma.

 

A la política, en general, no le gusta la gente honesta, y parece que tampoco a una parte de nuestros conciudadanos. Los repele y muestran en los comicios animadversión votando por quienes tienen valores opuestos. Tantos años de oscuridad y corrupción parece como que nos saca de la perspectiva sobre los valores que importan y sobre los comportamientos despreciables.

 

Uno de los rasgos de la adolescencia es creernos el inicio de todo sin entender el largo y complejo proceso del que somos herederos. Desde hace mucho tiempo a esta parte, los Gobiernos que se suceden siempre están inaugurando un nuevo país, pero cuando concluyen sus mandatos, la nación está cada vez más desquiciada. Esta degradación constante nos ha llevado a perder el sentido del valor de las cosas y de las personas.

 

La vieja política no logra entender su propia crisis de incapacidad y culpa a factores reales o inventados, y los nuevos que ingresan a la política no logran articular las voluntades que les permitan ocupar los espacios para el acceso al poder o comienzan a mimetizarse con las prácticas adolescentes corrientes.

 

Un país que se hace conocido por las prácticas corruptas, las drogas, las instituciones débiles y una mala clase política, nos transforma en desconfiables adentro y afuera. Debemos acabar de una vez por todas con las justificaciones, con la ausencia de límites, con la decadencia, con la corrupción. Hay que acortar los tiempos de la adolescencia que se resiste a dar paso al cambio y a la madurez.

 

Si queremos terminar con la adolescencia, tendremos que abordar con coraje las potencialidades y trabajarlas, para que maduren en espacios nuevos y de realización para todos. Lo debemos asumir como una cuestión de supervivencia para el país, porque en poco tiempo más, es probable que perdamos totalmente el rumbo.

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