Esfuerzo, la raíz de las raíces

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

“Nuestros mejores vinos nacen de nuestras vides más viejas, desde 1921 que el dueño fundó la bodega, llegó desde el Cantón Suizo de Ticino (Suizos con alma Italiana) con la única idea de poder trabajar y hacer lo que el sabia y en lo que quería trabajar”, nos cuenta la sommelier que realiza el “tour” de degustación.

 

Años y años de esfuerzo, trabajo exigente para una población que llegó a consumir los 100 litros por habitante por año, una cifra que puesta así a la ligera sin dudas no pasa desapercibida. Claro, agua y vino, no existían demasiadas bebidas más allá de las clásicas infusiones y algún producto importado. Justamente, allá por los 70’ ya con el hijo del fundador a la cabeza, con la apertura de Argentina a todas las importaciones, las bebidas gaseosas, las cervezas y otros, vinieron a ocupar la mesa y el vino comenzó a caer estrepitosamente en el paladar de muchos, en tiempos donde el vino era variedad vino y las botellas eran más damajuanas que etiquetas pomposas.

 

Increíblemente como en otras tantas historias, las acequias de Mendoza comenzaron a verse cubiertas por todo el vino no vendido y muchos se vieron obligados a cerrar, malvender y hasta el estado, se terminó quedando con algunas bodegas. Historias que se repiten, pero lo cierto es que todo aquel esfuerzo, tarde o temprano tiene sus recompensas. Una nieta que regresó a las tierras donde paseaba con su abuela de niña, terminó comprando en una subasta pública, la bodega de aquel gringo y la refundó para 1987 hasta el día de hoy, donde en el mismo sitio, siguen produciendo y exportando vinos cuyos nombres, hablan de toda esa historia familiar, de esfuerzos, de alegrías, de grandes tristezas, de recuperación, de herencia, de pasión, de conocimiento, pero sobre todas las cosas, de amor por la tierra.

 

El nombre de la bodega, podría ser cualquiera, o podría no ser una bodega, tal vez un campo de cría, una majada, un yerbatal, un molino harinero y los mil ejemplos de un país donde siempre el esfuerzo, termina chocándose con políticas, con burocracias y con mil escollos, que solo el enorme esfuerzo de muchos, logran sacar adelante, mientras que miles y miles seguramente han quedado en el camino, sin siquiera nadie los recuerde.

 

Seguramente el vino para muchos es una bebida de placeres, pero conlleva una historia que mucho representa a productores de trigo, de carne o de las muchas producciones de las que hablamos a diario. Raíces nacidas hace más de 100 años, cuidadas, custodiadas, donde cada año, se vuelve a producir pensando en tres años de aquí en adelante: desde la cosecha solamente, algunos tienen 18 meses de estacionamiento, otros 12 de estiba (en botellas) y recién casi 3 años después, ven la luz y llegan a comercializarse. Pienso en la siembra de gruesa de este año con plena seca, pienso en el vientre recién preñado para un futuro toro del 2025, pienso en esos gringos forzosos, pienso en aquellos franceses apasionados, en los gallegos tozudos, en los vascos y en cuanto nacido en estas u otras tierras, decidieron que la tierra sería su lugar no solo para vivir, sino literalmente, para vivir de ella.

 

Una historia más, un ejemplo más de que el único capital posible es el esfuerzo, que las oportunidades son para aquellos que son capaces de ir tras sus sueños, sin importar demasiado, pero sobre todas las cosas, que quienes trabajan la tierra, que quienes producen el suelo y sobre todo, aquellos que viven dignamente de ese trabajo, son los verdaderos y únicos dueños de su destino, en tiempos donde algunos que jamás movieron un dedo, siguen creyendo que los frutos nacen y se cosechan solos.

 

Mendoza, tierra del buen vino y de ejemplos de que la semilla del esfuerzo, es la verdadera raíz de los logros.

 

(*) Homenaje a la familia Gargantini, titulares de Clos de Chacras

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