A tranquera abierta

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

La tarde cae y el silencio de la pista aturde. El jurado mira pensativo y camina lentamente hacia la fila, hace un rodeo, vuelve sobre sus pasos y el manotazo al cuarto del animal, consagra el gran campeón de la muestra. Tomo la foto y en ese momento miro al cabañero que entre festejo y festejo,  me sacude en un abrazo, a la espera de que vengan los familiares, los más íntimos, pero mientras tanto, soy el protagonista casual de ese momento que seguramente tendré entre los más recordados de mi vida.

 

Las tardes de ruta es cierto, son eternas, las ganas de llegar, saber que habrá que desensillar y armar los precios, no sea cosa que alguno reclame antes, en esa inmediatez casi enfermiza, en que hemos acostumbrado a lectores, cibernautas y otros, llamando casi al bajar el mismo último martillo de lotes, para conocer los resultados.

 

El periodismo agropecuario para muchos de nosotros es una patología, no me caben dudas, no hay modo de estar sano de la cabeza, para hacer lo que hacemos. Es una mezcla de corresponsales de guerra, con fotógrafos de desfile, cronistas deportivos y porqué no, automovilísticos. Está todo, la cara tiznada en tardes de viento y tierra en los corrales, el glamour de algún hotel cinco estrellas –y alguna más- la pasión y el fanatismo, que los deportes provocan. Es una mezcla rara, de negocios, de sociales, de investigación, de estudio, de diversión, de trabajo, de sueños, de viajes, de muchos pero muchos viajes.

 

Me tocó estar en el tractor con la sembradora, en largas charlas de esperanzas, de un nuevo trigo, de la densidad a sembrar, del fertilizante, de los números que son buenos, de los precios, de Rusia y Ucrania, y no justamente en una cabina muy hermética, entre tierra y los gritos, para poder acompañar por un rato, esperando más tarde la nota, pero imposible decir que no al “vení subite, aguántame que termino esta pasada”. Si las cuento, coseché, piqué sorgo y hasta pulvericé, claro yo no moví un dedo, siempre fui la compañía obligatoria de algún amigo en pleno trabajo, siendo parte por un ratito de esos momentos únicos, donde la vuelta a la casa, la cena caliente y una cama de una habitación para huéspedes, siempre me permitió ser parte del riñón de muchos productores que me abrieron siempre sus tranqueras para por un ratito, sufrir, alegrarme, pensar, protestar y emocionarme, por cada una de sus cosas.

 

“Y Sierra que dice, va a llover” debe ser la frase que más he escuchado en tantos años de caminos, como si el pobre Eduardo fuera el culpable de los males, “ese no sabe nada, nunca da lluvia” repite alguno, sin tener ni idea de lo mucho que el amigo Eduardo, estudia, planifica, investiga y se actualiza.

Por eso tener la suerte de ejercer esta tarea para mi no tiene precio, he pasado por todas, por las malas, por las buenas y por las que se les ocurra. He tenido la posibilidad de estar en primera fila de la primera fila, junto a grandes colegas, a enormes profesionales que nunca han negado nada, siempre generosos, siempre grandes maestros dispuestos a corregir, a sumar, a acompañar, eso que tanto nos contiene tras muchos días fuera de casa y cientos de kilómetros.

 

Muchas veces “nos retan”, otras nos dan una opinión contraria a lo dicho, muchas nos reclaman, porque tal vez creídos de que todo lo sabemos, lo podemos o no deberíamos equivocarnos, pero por suerte son tantas las otras, que hay poco que nos frene, sabedores de tener espaldas muy cubiertas, por muchos, pero muchísimos amigos que siempre están ahí, con un saludo, con una palabra, con un aliento, con la sabiduría de entender que somos simples mensajeros, a veces de información y otras de ideas propias, pero mensajeros al fin, más allá de formar una opinión o realizar un simple análisis.

 

Periodistas agropecuarios, no hay manera de no ser presenciales, porque de los testimoniales no podría haber vivido lo vivido, no podría haber sido testigo en ese lugar, en ese momento y en esa foto que para siempre, sigue quedando en un abrazo, en estrechon de manos, en un brindis, en un mate o simplemente, en una tarde de ruta con el sol cayendo.

 

Gracias, muchas gracias, por permitirme seguir ensillando…

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