Escuelas de vida

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Fue un día de fiesta y de reencuentros. Abrazos; apretones de mano; besos; fotos y selfies con los amigos de siempre, aunque el viento de la vida los haya ubicado en los cuatro puntos cardinales del país; pero ese día, con caras de emoción, volvieron a verse y a rememorar en cuatro o cinco horas en que duró la fiesta, cuáles habían sido sus respectivos derroteros.

 

Seguramente, cuando una Escuela primaria cumple 125 años, como hace poco celebró la N° 6 “Nuestra Señora del Carmen”, en Arroyo Corto, estas viñetas se habrán dibujado tal cual, y muchos de aquellos exalumnos se habrán recordado de pantalones cortos jugando a la payana o a la bolita en el patio de la escuela o las chicas reunidas en un rincón, con trencitas o moños recogiendo el pelo, jugando al elástico o hablando de quién gustaban entre aquellos compañeritos de aula. Tampoco deben haber faltado el recuerdo emocionado de sus maestras y directoras, o de alguna portera cómplice que les perdonaba alguna travesura.

 

A más de 700 kilómetros de distancia de Arroyo Corto, algo similar, pero con acento cordobés, se vivió en la fiesta del reencuentro por los 75 años de la Escuela “Arturo Capdevila”, en el paraje de Puente Los Molles, que dejó de ser un apacible lugar, concurrido diariamente por chacareros o camioneros que van a la sucursal de la Cooperativa Cotagro o la visita obligada a tomar “la vuelta” o el cafecito en el bar del Club Cooperativo o hacer algún rezo en la capillita que se levanta enfrente, para llenarse de voces de grandes y chicos, de familias que por generaciones pasaron por las aulas de esta Escuela Rural. Y nuevamente, esos retazos de historias de maestras y alumnos, de amigos de toda la vida. Y el salón del Club Cooperativo se colmó de alegría. Una verdadera pintura que quedó impregnada en mi retina, al acompañar a mi esposa Mirta y a mi cuñado Nano, ex alumnos de este establecimiento escolar.

 

Fue allí cuando me acordé de aquella columna escrita en los inicios de Mañanas de Campo, cuando señalé que la Escuela Rural es un actor irreprochable de un mundo rural dinámico y diverso, y su rol es doble: primero, educar; y, segundo, organizar en torno a ella comunidades rurales que fueron y siguen siendo las responsables de construir un modelo de ruralidad eficiente y equilibrado en término sociales y territoriales, modelo que tuvo y que aún lucha por tener como principal actor a la familia afincada en el campo. En los tiempos que corren resulta difícil que ese equilibrio se mantenga, porque muchas familias comienzan a abandonar la actividad agropecuaria acuciados por la falta de escala; otros, porque los hijos no vuelven al campo; y los por qué son muchos.

 

Sin embargo, muchas Escuelas Rurales se resisten al olvido y sus docentes, a dedo o en auto propio, siguen concurriendo día tras día para encontrarse con sus alumnos para desplegar sus baterías de conocimientos y de afecto a ese puñado de niños que, en algunos casos, han tenido que recorrer algunos kilómetros para llegar a su ámbito de escolaridad.

 

Las Escuelas Rurales generan alrededor de ellas un ambiente de socialización y de construcción simbólica del lugar donde están enclavadas en forma conjunta con el club, el almacén, la cooperativa o el acopio. Las efemérides patrias, los eventos sociales, el encuentro cotidiano entre vecinos tienen en ellas una referencia obligada.

 

¿Todas las Escuelas Rurales son iguales, tienen los mismos servicios? Por supuesto que no. Depende de muchos factores, que no viene al caso desglosar. Pero nadie puede negar que las Escuelas Rurales fueron, son y seguirán siendo escuelas de vida, de cultura y de integración poblacional y territorial, porque docentes y familias rurales conforman una red solidaria de afectos.

 

Las Escuelas Rurales son escuelas de vida y, por ende, la última trinchera frente al éxodo rural y para que no haya campos vacíos e inseguros.

Escribir comentario

Comentarios: 0