Privilegiados pero no tan locos

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Atardece más temprano, es cierto, pero también lo es que poco a poco, ya se va notando como los días comienzan muy despacio a alargarse, pequeñas señales, esas que seguramente en no muchos días más, mostrarán algún cerezo en flor, esa esperanza de primavera que en pleno invierno nos invita a soñar con la temporada por venir y quien dice – ojalá – con las próximas lluvias.

 

El sol me queda en el espejo y delante de mí nace una luna gigante que me marca el camino de vuelta, ese que entre tosca y huella, no permite encarar grandes velocidades. Sin embargo por un instante, pienso en esa misma “positividad” esperanzadora del cerezo y por un momento creo que disfruto ese camino de tierra, porque me da el privilegio de no estar expectante si un loco se tira a pasar de frente, o si el camión hace seña de luces. Nada de eso, relajado disfruto del paisaje, del momento de calma en el manejo y de todo lo que me rodea. Incluso me gusta el barro, porque a pesar de sufrirlo –cuando tenemos la suerte que aparece- el poder “pasar” deja siempre sabor a “hoy pude” y no deja nunca de ser un desafío.

 

Sin dudas soy de esos locos privilegiados que no les molesta llegar tarde a casa, porque llegar es parte de un recorrido que tuvo largas jornadas, haciendo y viviendo de lo que me gusta, a pesar del frío, porque también tiene su sabor diferente. Pienso en la siesta que no tengo, pero en el techo que siempre me acompaña, ese que suele estar escaso de calefacción, cobijo o factores de confort. Nada, a veces te cocina, otras te congela, te moja o te llena de tierra, pero lo disfruto porque me permite sentir que tengo vida, no soportaría vivir mirando una pantalla.

 

Soy loco tal vez, pero tengo el privilegio de que me gusten todos los climas, porque cada uno de ellos, tiene sus sabores, sus encantos. Me gusta la lluvia porque es la esperanza de todos nosotros, mojarse es un regalo que cada tanto el de arriba nos otorga y es raro que por estos pagos nos quejemos de ella. Me gusta el verano y el calor, porque los días son bien largos, porque las noches son eternas y siempre, siempre, se disfrutan en el campo. Pero el frío, este duro frío también tiene lo suyo, porque tiene olor a leña, a comida caliente, a tener que moverse para poder soportar mejor.

 

Me gusta la naturaleza porque vivo en ella, porque disfruto de ver crecer un trigo, porque son esas cosas raras en donde uno siente, que allí alguien está dando vida, con cada cultivo siempre buscando el cielo, ese mismo que los mira con agrado, sabiendo que allí hay comida para muchos, aunque no muchos lo valoren.

 

Más lo pienso y más lo digo, soy de esos locos privilegiados que les gusta convivir con animales, porque cada día nos enseñan algo, nos muestran lo simple de las cosas, no regalan vida, dan a si mismos para que otros vivan, desde el ternero que nace hasta el novillo que se va a un plato en la cocina.

 

Vivo mucho en los caminos, es cierto y dudo que en mi país eso sea un privilegio, pero ellos me permiten conocer lugares, campos, gente, aprender de cada uno de ellos. Porque tengo el privilegio de entrar en mil casas, disfrutar sus problemas, sus alegrías, sus comidas, sus sabores, sus sueños.

 

Por eso más que nunca, soy un loco privilegiado, pero tal vez no tan loco, tal vez mucho más privilegiado de poder vivir en cada momento, la sensación de pertenecer a un gran sector en un país muy pobre ideológicamente y de espaldas a su mejor lugar en todos los sentidos: el campo.

 

Muchos le llaman grieta, porque vivo y siento de este lado, al cual me gustaría invitarlos, para que entiendan de que se trata. Pero de algo estoy muy seguro: las puertas están siempre abiertas, pero de aquí difícilmente me mueva.

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