Descargos

 Por José Luis Ibaldi -  Mañanas de Campo

Como después de mi última columna he recibido algunas críticas por emitir dos adjetivos que algunos consideraron “inapropiados”, para referirme al presidente y la vicepresidente de la Nación, tengo que aclarar que no he faltado a la verdad. Y paso a explicarlo con el diccionario en la mano.

 

En el caso del presidente me referí exclusivamente a lo que viene demostrando y que el diccionario indica como “aquella persona que hace o dice tonterías o no es responsable”. Sus palabras y acciones, como, por ejemplo, su participación en la “fiestita de cumpleaños de su pareja” en plena pandemia en la Residencia Presidencial de Olivos, lo pinta por entero. Y eso que no entro a ahondar en sus discursos, llenos de incoherencias o de comparaciones que nos han traído problemas con algunos países amigos.

 

Cuando hablé y califiqué a la vicepresidente sobre su comportamiento enajenado, el diccionario me respalda con sus definiciones. Veamos algunas que también la describen: “Que tiene poco juicio o se comporta de forma disparatada, imprudente o temeraria, sin pensar en las consecuencias”. También, otra acepción indica: “Que experimenta un sentimiento de forma muy intensa o pasional y actúa de forma poco serena o razonable”, y otra definición precisa: “Que tiene mucho empeño o interés en hacer una cosa o desea con fuerza que esta ocurra”. Creo que, si nombro la vehemencia con que pone para que Alberto use la lapicera, o eche a tal o cual ministro, y/o actúe sobre la Justicia como ella lo desea, para desprenderse de causas sobre las cuales tiene mucho que explicar, también es un ejemplo del uso, el domingo pasado, de aquel adjetivo “inapropiado” a los oídos de algunos oyentes.

 

En fin, he gastado media carilla para explicar lo explicable de mis adjetivaciones sobre estos dos personajes que solos se balean sus pies, sin ayuda de nadie. Sus actos hablan por ellos mismos.

 

De cualquier manera, y fiel al respeto que merece la audiencia de esta radio, me disculpo y prometo no introducir más en mis columnas adjetivos que puedan lesionar los sentimientos, los oídos o las ideologías que comulguen algunos oyentes.

 

Hecho el pedido de disculpas y descargo, bueno es recordarle a quienes nos gobiernan, a sus partidarios y aplaudidores, aquella frase que Henri Varague escribe sobre “Pompeyo y su tiempo”, cuando aquel cónsul de la República romana se dirige a su amigo y ayudante Licino, tras ser saludado efusivamente por sus soldados: “Sabes, Licino, sólo la autoridad de ser dignos nos pertenece para siempre. El poder y la púrpura son prestados. Le pertenecen a Roma”. El que quiera entender que entienda…

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