Ese despreciable valor llamado "éxito"

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

No disfrutamos del triunfo ajeno, no nos gusta o al menos eso parece. En este país, ser exitoso es sinónimo de desprecio, pocas veces entendemos que ese valor debe ser copiado, no repudiado, cuestionado y sobre todo, castigado.

 

En el campo está lleno de estas miserias, más allá de que transitamos tiempos donde desde el estado, todo es cuestionado, si de éxitos se trata. Rentas extraordinarias, retenciones, etc, etc, todo aquel que es exitoso, rápidamente es mal mirado, porque de ninguna manera estando el resto en el estado actual, se puede dar el lujo de triunfar.

 

Hace pocos días un remate que tiene ya varios años de éxitos ininterrumpidos, fue cuestionado, “no puede ser, esos valores no existen, los precios están dibujados, está todo armado”, repite más de un mediocre, incapaz de preguntarse los verdaderos motivos del armado de un éxito. Ese modelo que deberíamos copiar, al contrario, es puesto en duda. El trabajo en equipo, el unir objetivos, la trayectoria, los nombres, nada vale. Si funciona, es porque hay perro, no puede ser de otra manera, es lo que piensa el promedio del Argentino de negocios.

 

Lo vemos en Agricultura, las excusas son miles, “mirá seguro que fertilizó tres veces más”, “seguramente le llovió más”, o “para mí que miente, como puede ser que siempre me saca 1000 kilos de diferencia”. O la peor, la condena del que por esas cosas fue exitoso, por lo cual la frase, “lo puede hacer y le va bien, porque tiene guita”, como si tener plata fuera la única manera de hacer bien las cosas.

 

Cuántas veces lo hemos visto en exposiciones, cuando el gran campeón de la cabaña reconocida hasta el hartazgo, repleta de galardones y condecorada por la historia, logra el gran campeón, porque “camiseteo” ante el juez, porque tiene “tal apellido” o porque siempre habrá una excusa para que el ganador, no sea digno de ser copiado, no merezca por lo menos la duda de preguntarle, “qué es lo que hiciste tan bien?”. No, jamás, el siempre es puesto en duda, criticado, inundado de defectos y lo peor, puesto en juego su honor, su validez de exitoso.

 

Y esto pasa en todos lados, en el trabajo debería ser amigo o pariente del jefe, si es “hijo de” seguramente llegará más lejos, no por sus capacidades, sino porque su apellido le abrió puertas y el mérito propio, será siempre puesto en dudas, como si algún hijo de Maradona o de Messi, puedan jugar bien al fútbol, simplemente por ser portadores de apellido.

 

Nos hemos acostumbrado a que está mal, que nos vaya bien. Es la condena de un país donde el fracaso de quienes conducen, nos convence de que no es posible otro camino, si nos va mal, todos debemos correr la misma suerte, quien no lo hace, debe ser señalado con el dedo, tristemente es una historia que se repite.

 

Ojalá algún día, nos focalizáramos en el éxito ajeno, aprendiéramos a disfrutarlo, a ser empáticos con él, a tratar de entender las razones, a sacarnos de encima los prejuicios, a copiar los modelos, a multiplicarlos, a conocer la intimidad de los mismos, a sentir los motores de ese impulso que hace que esas personas únicas pero seguramente repetibles e igualables, puedan ser el espejo de una sociedad que no entiende, que para ser exitoso lo primero que debemos aprender, es a mirar lo mejor, a ser capaces de dar lo mejor también de lo nuestro.

 

Entonces recién ahí cuando hagamos hecho hasta lo imposible y que esa imposibilidad sea cierta- recién en ese único momento- dudemos, pero de nosotros mismos, para tener la humildad de volver a empezar y no caer en el facilismo, de señalar primero con el dedo, en lugar de festejar la grandeza del éxito ajeno.

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