El Gran Campeón de los sueños

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Dicen que la felicidad son apenas momentos, son instantes donde se nos permite alcanzar esas metas llamadas sueños, esas ilusiones que muchos jamás abandonan y la vida en algún momento, te devuelve en realidades. Muchos seguramente pasaron un instante también por su vida, y seguramente fue suficiente para entender ese detalle, ese saber que la vida se compone de momentos y quienes pasaron por la suya, se llevaron ese fragmento de felicidad.

 

Fue apenas hace un año atrás, en Salliqueló donde una vez más llevó un par de vaquillonas a ventas y vio como la cabaña anfitriona del remate y por su nombre, la más emblemática de la raza, un tal Francisco Gutierrez levantaba la mano y Tres Marías, compraba su genética.

 

Mi amigo Gustavo lo definió como “un chico en el cuerpo de un grande, porque los chicos tienen ilusiones y los grandes las vamos perdiendo”, algo que él jamás se permitió, por eso, tal vez y por muchas otras tantos instantes que no conozco y que cada uno tendrá atesorado, su cabaña ni más ni menos se llamaba La Esperanza.

 

Andá a saber cuando a este profesor Universitario se le ocurrió la idea de ser cabañero. Apenas una chacrita, fue comprando sus primeras vacas, fue creciendo, fue participando, porque ese tal vez era uno de sus grandes valores, en el consejo académico de la Universidad, en la lista opositora de Angus, en el grupo Ganaderos. Pocos saben que para ir a Palermo terminó vendiendo pizzas para juntar plata y una vez allá, sin demasiado encima, durmió al lado de la vaca que llevó, en las camas de la fila.

 

Nada detiene los sueños, por eso más allá de que alguien podía ser guardián de sus metas, a tal punto llegaba el saber que se puede, que hasta construyó en el medio del lote, una cabañita sin una sola planta para poder estar más cerca de lo que atesoraba, pero con su ventana buscando el atardecer. No se trata de simplemente creer, su convicción era haciendo.

 

El optimismo no es simplemente ser positivo, se trata de creer, de saber que tarde o temprano se puede, sin importar tamaño, escala, apellido o geografía, se puede y ese era el sueño más intenso que Germán Tapia atesoraba. Por eso cuando volví a Salliqueló, lo primero que recordé fue su entusiasmo, fue tal vez saber que mucho de lo que el había peleado, era reconocido, más allá de que fuera por genética, por su esfuerzo, por su entusiasmo, por su pasión y por lo que contagiaba. Los méritos, no se califican, se obtienen o no y el logró atesorarlos.

 

Los valores que representó desde su sencillez pueden resumirse una vez más en lo que sus propios amigos, describen como “un tipo que jamás abandonó sus utopías”, un personaje pintoresco que engrosará las filas de los grandes recuerdos, que esta enfermedad en la sangre llamada ganadería, muchos compartimos, sufrimos, alentamos y pocas veces abandonamos, por eso quizás hoy mismo haya gente entendiendo un poco más al querido Germán Tapia y no es casual que a pocas horas de su viaje, ya exista un Toro llamado “Tapita”, que lleno de entusiasmo, llegará al campo a seguir engrosando el sueño ganadero de unos cuantos.

 

Quedará por siempre su sonrisa, no faltará una charla donde sus anécdotas de cómo llegó a codearse con los más importantes cabañeros del país no sean contadas, porque no se trata de logros, sino el respeto que generó nacido de su empuje, de su optimismo y de su amor ganadero. Un verdadero Gran Campeón de la vida.

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