La fe más poderosa

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Memoria, ese increíble artilugio de la mente, ese mismo que muchas veces nos remonta a momentos de la vida que no siempre tenemos presente y que por un instante, nos hace viajar en el tiempo y nos desnuda una cara vivida.

 

Las pascuas para mí siempre fueron un momento de encuentro, en algún momento con amigos, en otros con compañeros de un colegio que nos mostró la cara de “aquel” que dio la vida por los demás, que con sacrificio, con humildad y con su testimonio, nos mostró el camino para que en lo cotidiano, entendamos dos cuestiones simples, no necesariamente atadas a una religión: el perdón por un lado, un don difícil y complejo de dar para todos y la esperanza, esa que con el ejemplo de la resurrección, nos enseñó que hasta en lo más oscuro de nuestras vidas, siempre debe haber un haz de luz capaz que nos permita aferrarnos a algo, aunque creamos que está todo perdido.

 

Así crecí, así viví muchos años de mi vida, entre misas, procesiones, encuentros, vivencias, campamentos, viajes, retiros, situaciones que me fueron formando, para que tal vez de todo eso, quede ni más ni menos que mucho interior, sin necesidad de una religiosidad presente, pero si con la convicción de haber escarbado un poco más allá de lo que la vida simple, lo hubiera hecho.

 

Por eso hoy las pascuas ya no tienen aquel significado de ritual, pero siguen marcando una huella que me dice, “algo está mal y algo hay que hacer”, por eso para mi es suficiente, para saber que como personas tenemos todavía mucho para dar, no importa la religión o la fe que se profese.

 

Tal vez el reencuentro constante con el mar –como en este momento- me haga un poco más reflexivo, tal vez. O quizás la situación en que vivimos, donde todo es desconfianza, donde todo es zozobra, donde la grieta social e ideológica se ha convertido en mucho más que un abismo, con un constante tironeo para que estemos día tras día un poco más lejos y no haya nada capaz de devolvernos al menos, a la mitad del camino.

 

Qué hacemos entonces? No lo se, tal vez haciendo lo mejor de cada uno de nosotros podamos lograr algo. Seremos menos que los que hacen cada día algo para empeorarlo? Tampoco lo se, pero si es cierto que somos una sociedad cambiante, capaces ayer de votar un liberalismo, de ahí pasar a la más retrógradas de las izquierdas, pasar nuevamente por un cambio y volver a Venezuela. Siempre con media sociedad tirando para un lado, media para el otro y ambas dos, cambiándose de bando, dejando siempre un “cuartito” minúsculo inamovible de ambos bandos. País loco no?

 

Y ahí es donde aquellos tiempos de fe y de esperanza me devuelven una vez más ese espíritu de volver a creer. Es en ese momento donde encuentro que en lo peor de la noche, hay un haz de luz que aparece para decir “siempre se puede, mientras estamos vivos, siempre se puede” y con eso vuelvo a empezar, vuelvo a despertarme en la mañana y se que aunque siempre se puede estar peor, mejorar depende de nuestras energías, de nuestra propia cabeza, el resto, es una cuestión de creer, no importa en qué, pero esa energía seguramente nos llevará para adelante.

 

Vuelvo a mirar el mar y vuelvo a verme a mi mismo lleno de aquellas pascuas donde éramos muchos tirando siempre hacia el mismo lado y pasan por mi cabeza las palabras más básicas de aquel hombre que marco el camino para muchos de la humanidad hoy presentes: “Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

 

Palabras simples para ejemplos sencillos, dos o tres reunidos en el mismo sentido, tal vez no muevan el cielo y no se si la tierra, pero quizás un lugar, un barrio, una ciudad y si Dios quiere, un país. Es ponerse en movimiento, el resto, dependerá de cuánto cada uno cree al menos, en sí mismo.

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