Ser dignos y no cómplices

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Hace tres años tuve la oportunidad, gracias a mi labor en la Asociación de Cooperativas Argentinas, de conocer y estudiar lo que se denomina “la experiencia Mondragón” en el País Vasco, una corporación cooperativa que reúne a cerca de un centenar de cooperativas de variopintos objetivos sociales de trabajo, por caso de construcción, industriales, gastronómicas, de consumo, educativas, de salud y cuidado del adulto mayor, entre otras.

 

Caminar por las calles de pequeños poblados y ciudades de esa región de España, donde se respira el cuidado por el lugar, la prosperidad en base al trabajo y la ausencia de lo que nosotros conocemos acá como “villas miseria”, nos permite poner en nuestra boca palabras de quien fuera el mentor de aquella gesta de trabajo cooperativo, el Padre José María Arizmendiarrieta: “De lo que se trata es de saber si podemos vivir con dignidad, y vivir con dignidad es poder disponer de nosotros mismos. En este aspecto no nos puede satisfacer ningún paternalismo, como tampoco nos puede complacer, como seres libres, ningún paraíso cerrado”.

 

En estas sabias palabras, de este cura, pero también educador, que no dudó en arremangarse su sotana al momento de ayudar en la construcción de algo, y que miró más allá del horizonte y animó a los jóvenes a lograr títulos universitarios y volver a su pueblo para cambiar la realidad, hay un ejemplo tangible y bueno para emular en esta Argentina donde el valor de la “dignidad” está devaluado.

 

Me tiene harto el comportamiento de ciertos “dirigentes” políticos, sindicales y de movimientos sociales, que parecen adolescentes imberbes, peleando por supuestos ideologismos, cuando el ciudadano de a pie le cuesta cada día más y más sostener con su trabajo el bocado de comida para su familia y, a la vez, el costo que le representa en impuestos mantenerlos a los que no les alcanzan las manos para robar no sólo las arcas del Estado sino también la esperanza y el futuro de quienes dicen representar.

 

Han perdido el valor de la vergüenza, porque saben que sus deplorables acciones, sus corrupciones, no tienen condena social y mucho menos de las instituciones de la República. Y esto nos revela ser cómplices de sus actos.

 

Para finalizar, vuelvo a conceptos volcados en un libro de enseñanzas del Padre Arizmendiarrieta: “Sociedad rica y estable es aquella que se compone de instituciones vivas y movidas por la conciencia de hombres inteligentes y libres. Para promocionar tales ciudadanos, bueno será que empecemos por considerar como tales a cuantos queremos que colaboren en el empeño”.

 

Despertemos. Seamos dignos y no cómplices.

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