No hay peor ciego

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

El mundo está en guerra, aunque suene increíble, no son solo dos países quienes afrontan un conflicto bélico, somos todos, hace rato el mundo dejó de ser países individuales. Todos y cada uno de los conflictos, afecta al resto. Dicho esto, también es cierto que nadie se alegra, ni festeja ni mucho menos quiere aprovecharse de una situación que es triste y dramática, pero es imposible negarla y aunque parezca increíble, en esta “macana” -por así llamarla -nada tenemos que ver nosotros, más allá del claro, firme y contundente repudio.

 

Pero el mundo sigue girando, mientras que ningún loco apriete el botón equivocado, el mundo gira, la vida continúa y el resto de los que miramos por Tv, trabajamos, respiramos, nos alimentamos y allí, es donde no podemos ni debemos mirar para otro lado. Sin embargo, aquí lo hacemos, ellos lo hacen.

 

Si nos olvidáramos por un instante del horror la guerra, podríamos decir que el mundo de los mercados, está de fiesta para algunos. Cuántos países desearían tener girasol en sus campos y estar justo en el momento de cosecha? Cuántos ministros de economía en el mundo, querrían tener en este momento, los silos de sus productores llenos de trigo mientras que el cereal toma precios récords históricos ante justamente los dos países que más lo producen, en pleno conflicto? Y sí, todos envidian la soja, por mucho que se la maltrate, por más ignorantes que sean todos aquellos que hablan de transgenie, no hay un solo político en el mundo, que no miraría con ansiedad el precio del oro verde y ver como escala y escala, mientras que las arcas estatales pudieran llenarse exportándolo? Bueno aquí, ellos, prohíben todo, tenemos mucho, pero no hay para nadie.

 

Y hay un mundo entero, que festejaría tener extensiones, con llanuras, con praderas, con grandes campos cubiertos de pasturas, de cultivos y sobre todo, de vacas. Si esas mismas que la hipocresía mundial ambiental, por un instante intentó signar como más peligrosas que una usina atómica, cuando ahora entienden en el real peligro de una contaminación en serio de cualquier planta nuclear, cómo esos pobres rumiantes con diez gases por día, no contaminan ni una cabina de teléfono. Ellos darían cualquier cosa por tener cientos de frigoríficos con sus cámaras repletas de carne y ofrecerla al mundo, para que todos consulten, por sus sabores, por su terneza, por la nobleza como nutriente, en animales más que nunca en estos días, prácticamente engordados a campo- ante la imposibilidad monetaria de darles granos- cuando estos valen dólares de los buenos, de los reales, de los que tienen un Washington en la frente, y no de los que se pesifican con animalitos en extinción y un montón de próceres y otros políticos, que cada día tienen menos rédito y menos valor en sus papeles.

 

No, nada de eso, nosotros estamos en guerra, ellos están en guerra, una guerra que inventaron, que día tras día se genera desde la Casa Rosada para todos, un conflicto inflacionario que no parecen querer frenar y que nos lleva directo a una implosión interna, que será tan desbastadora que dejará el tendal de desocupados, pobres y fundidos por doquier.

 

Aquí vamos a contramano, tenemos todo lo que cualquier lugar en el mundo quisiera tener. Carne, trigo, soja, girasol, maíz y eso solo si hablamos del campo, pero es lo que el mundo quiere y necesita para alimentarse y nosotros solo queremos que lo podamos comer nosotros y no mucho más, si alcanza bien y si no, joderse, todos, los que lo producen, los que no podrán comerlo y el resto. Menos ellos.

 

Por eso salvando las distancias, el mundo está de fiesta en sus mercados y nosotros tiramos la invitación por la ventana. Porque tenemos todo, pero también los tenemos a ellos. Y ellos, son lo peor que pudo pasarnos. Por eso como Rusia y como Ucrania, estamos en guerra. Ellos creyendo que el problema son todos los demás y nosotros los ciudadanos, los empresarios, los laburantes, los empleados, los estudiantes, absolutamente todos, sabemos claramente que el problema son ellos.

 

Simplemente, como decía el viejo tío Raúl, no hay peor ciego que el que no quiere ver.

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