Mamita, ¡¡¡Qué quincena de verano!!!

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Vulgarmente decimos que “el tiempo vuela”. ¡Y vaya que es así! Ya hemos pasado 20 emisiones después de aquella celebración de los 600 programas. Seguramente, los que vivimos en medio de la vorágine diaria que imprime el periodismo, nos damos cuenta de ello cuando hacemos apenas un alto para asomar la cabeza por sobre las noticias, cuando nos tomamos algunos días de vacaciones “a medias”, porque nunca se deja de lado la vocación a la que estamos llamados. Siempre existe algo que nos llama la atención y nuestros sentidos están prestos a captarlo.

 

Lo que ocurrió en las últimas semanas en materia climática y que abarcó buena parte del país, es realmente para apuntarlo en los anales históricos. Algo más de una semana de altísimas temperaturas, propias del desierto, y sus desastrosas consecuencias por la falta de previsión y planificación por parte de las empresas que son responsables de la generación y suministro de energía eléctrica. Como decimos en nuestro país, y como ya lo afirmó unos años antes un cantautor, ahora cultor de la ideología “K”, pero vacunado con la capitalista Pfizer: “Lo atamo con alambre, lo atamo’ con alambre, lo atamo’, lo atamo’ con alambre señor. Lo atamo’ con alambre y con un cachito de cinta Scotch”.

 

Hablando de altas temperaturas, no sólo las grandes y medianas ciudades o pueblos quedaron sin energía eléctrica o hubo cortes. También en el campo sufrimos los mismos problemas, aunque siempre está a mano un generador o la fuerza motriz del tractor para hacer funcionar las moledoras y los implementos para elaborar la comida para los animales.

 

Hubo días en que los rigores de la canícula se dispararon con fuerza exponencial al sumarse el viento Norte -le dicen por acá, “el viento de los locos”- y donde sólo estuvo ausente el correr de cardos rusos y nosotros con sombreros de ala ancha, caballos, y pistolas en las cinturas, para hacernos vivir la filmación de una película del Farwest. Acá, falta relocalizar el aire acondicionado que, por pintura, tuvo que ser removido. Por eso lo envidio en estos momentos a mi querido amigo Gustavo, que en El Totoral ahora puede dormir la siesta fresquito como una lechuga.

 

Durante el día sólo pensábamos en la caída del sol y en regar la galería y el jardín, para sentir alivio y terminar la jornada sentados en las reposeras esperando la llegada de la noche; mientras que algún intrépido de la familia empieza a preparar el fogón para tirar sobre la parrilla alguna marucha o chorizos para la cena.

 

En fin, esta primera quincena de enero no será fácil de olvidar. En mi caso, va más allá de la canícula, porque después de algo más de dos años sin contacto físico, aunque sí virtual, pude estar en Luján de Cuyo con mis nietos Luisana y Bruno, y con mi hija Guadalupe y mi yerno Pablo. A mi regreso me esperan en Bahía los otros nietos, Isabel, Joaquín y Renata, de los cuales extraño sus abrazos y besos, sus dibujos y los juegos de Jenga o de armado de rompecabezas. Y para que no se pongan celosos, también hay que sumar a sus padres, Mariano y Andrés, y a mis nueras Ana y Jasmín.

 

Mientras esperamos la bendecida lluvia, nuestras vidas siguen su curso. Nada que nos impida disfrutar, aún con dificultades, los reencuentros, los momentos de buena lectura, el paisaje, las mañanas y las tardecitas en este pequeño lugar en el mundo denominado Paraje Puente Los Molles.

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