La Navidad no produce milagros

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

La Navidad no produce milagros. Nos da la posibilidad de que reflexionemos acerca del alumbramiento del hombre nuevo que hay escondido en cada uno de nosotros, para que aspiremos a ser mejores personas. Es un simbolismo que nos invita a renacer y nos da la posibilidad de mejorarnos.

 

Sin embargo, en nuestro querido país, los únicos que aspiran a reflexionar, a renacer en sus tácticas de cómo nos pueden embromar a los ciudadanos de a pie, son los políticos. No les quepa ninguna duda. Mientras los que nos ganamos el pan con el sudor de la frente hacemos ingentes esfuerzos por sobrevivir, una casta llevada al poder por nosotros mismos, hacen de las suyas para ver qué impuesto nuevo nos pueden poner o cómo se posicionarán para ganar las próximas elecciones.

 

Podría decir, jocosamente, que el argentino es un ser maravilloso al que se le puede quitar casi todo y, a pesar de eso, mientras le quede una esperanza va a hacer lo imposible para continuar viviendo.

 

Los políticos, al igual que el amansador, a lo largo de muchos años de paciente labor, nos han ido quitando las cosquillas y todo aquello que nos incomoda, para hacernos seres dóciles a sus proyectos de vida personal. Lo dije bien. Vida personal, porque los políticos argentinos se deben dedicar a ellos y no a quienes, como giles, cada dos años y en un mecanismo ritual los elegimos en la seguridad de que estamos viviendo en una democracia y que trabajarán para resolver los problemas y planificarán estratégicamente para que nuestro país avance y se posicione mejor en el mundo.

 

Se los advertí al inicio. La Navidad no produce milagros. Los políticos nos han domado de tal manera que, por ejemplo, ni reaccionamos ante la ausencia de tres legisladores de la oposición que, por circunstancias personales (viajes al exterior de dos de ellos y uno por Covid), dejaron que los pícaros del Gobierno se llevaran toda el agua para su molino en la última sesión de la Cámara de Diputados y nos dejaran a los ciudadanos de a pie cola al Norte.

 

Al inicio de esta columna hablé de que los argentinos, mientras tengamos un mínimo de esperanza vamos a hacer lo imposible para continuar viviendo, pero la esperanza es esperar. ¿Esperar qué? Si a la esperanza no le ponemos acción, ideas, estrategias, unión, proyectos, se transforma en algo etéreo, vano, fútil.

 

Debemos sacudirnos de la mediocridad insultante de muchos políticos. Si no lo hacemos rápido, apelando a nuestra responsabilidad ciudadana, seguiremos avanzando a ciegas, sin mapas, sin brújula, sin referentes y sin constructores.

 

Los que debemos acercar las coordenadas de nuestro destino somos nosotros y lo debemos hacer a una clase dirigente que sea inteligente y con vocación de servicio, que se anime a iniciar el diálogo que concluya en un plano del país que queremos. Para ello, se requiere un pueblo que se despierte y no crea que callarse, sobrevivir, transar con la realidad, amoldarse y venderse es la única manera que nos queda para seguir sobreviviendo. Hay que empezar a zamarrear las conciencias de una sociedad que asiste, impávida, a la decadencia y no atina a buscar opciones.

 

La Navidad no produce milagros, pero nos puede despertar y empezar a marcar de cerca a las instituciones de la República, y a comenzar a corcovear de una vez por todas de nuestras omisiones y asumir nuestra condición de ciudadanos responsables, para hacer de nuestro país un territorio de oportunidades.

Escribir comentario

Comentarios: 0