No hay futuro

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Estamos gobernados por desquiciados que desean llevarnos en manada hacia el precipicio y, en la oposición, por un puñado de orugas que se creen mariposas.

 

No necesitamos ser psiquiatras o psicólogos para saber que la salud y el equilibrio mental de cualquier ser humano consiste en que ese ser humano sepa y sienta que les importa a aquellos para los cuales experimenta un vivo interés. No lo busquemos en el Poder Ejecutivo y mucho menos en el resto de las instituciones.

 

Desde hace décadas, incluso antes de que se diera esta contemporánea etapa democrática, asistimos impávidos -como el sapo que se va cocinando de a poco en la olla- e incluso muchos colaboramos con el voto exitista en la degradación de la calidad institucional, es decir, en nuestras enfermedades legislativas, ejecutivas y judiciales.

 

La inmoralidad es de tan magnitud que la política utiliza las sagradas páginas de la Constitución Nacional de papel higiénico. También lo hacen aquellos que con su indiferencia también condenan a sus compatriotas y se condenan a sí mismo a vivir en una nación que parece no tener rumbo y mucho menos un futuro próspero. Nos conformamos con una Argentina pobre, flacucha, alimentada con millones de planes sociales.

 

José Ortega y Gasset señala, refiriéndose a la política, que no es más que la punta del iceberg que emerge del inmenso mar de la realidad que todos ven. Pero que existe un enorme témpano bajo el agua que forma esa cúspide y que la mayoría no advierte, y que es el resto de la sociedad.

 

Esto nos deja como moraleja que el conjunto nunca es totalmente inocente de lo que pasa, aunque los referentes sociales se lleven la parte del león de la responsabilidad de las tragedias. El sentido común no puede repartir las culpas por igual entre los gobernantes y los gobernados. Con los medios de comunicación y las redes sociales del siglo XXI no podemos señalar que la sociedad argentina es una caperucita extraviada y engañada por el lobo disfrazado de abuela. Aquí no hay inocencia.

 

En algún momento de nuestra historia hubo líderes de la calidad de Mariano Moreno, de Domingo Faustino Sarmiento, de Bartolomé Mitre, de Nicolás Avellaneda que supieron siempre que el hombre común de la calle o es neutro, o es indiferente a los valores morales. De allí que, con gran visión, realizaron una tarea titánica para educarlos a todos.

 

La verdadera pedagogía consiste en que el maestro sea capaz de despertar en el alumno el deseo de saber y progresar. Sin embargo, sin ir más lejos, desde los años ’90 a esta parte, hemos sido testigos, sin inmutarnos y sin levantar la voz, no sólo de los peores actos de corrupción y sin que nunca haya habido sanción alguna, sino también del latrocinio de la educación pública, con todo lo que implica de cara al futuro de nuestra nación. No tenemos futuro porque dejamos que nos lo robaran los malos políticos en nuestra propia cara, y hoy nos encontramos a merced de la caridad del Estado, ignorantes y sin saber qué es progresar.

 

Mientras, nuestros gobernantes que supimos conseguir se tiran con Plazas de Mayo, se pelean por despachos en el Congreso de la Nación, y se sacan los ojos para ver quién será el próximo dueño del cementerio. Siguen bailando en la pista del Titanic, mientras nosotros, la orquesta, seguimos tocando como si nada. Solo me resta afirmar que el naufragio y el abismo está a un solo paso…

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