La felicidad de Gustavo

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

El Padre José María Arizmendiarrieta, aquel que fue un visionario y transformó un pueblo en el País Vasco con sus ideas emancipadoras, educativas y cooperativistas, y hoy es un ejemplo no sólo en España sino en el mundo, escribió: “Siempre hay un paso más que dar”.

 

Esta sentencia la traslado a mi querido amigo Gustavo Almassio, pues para él es natural siempre estar dando un paso más. Lo hace en su vida cotidiana. A veces pega alguna patinada y, si retrocede, es para tomar envión y continuar el camino.

 

La semana pasada me llamó para comentarme con una felicidad contagiosa: “Quiero que seas el primero que lo sabe: entré como consejero en la Cooperativa Agropecuaria La Segunda de La Dulce”. Había asistido a la asamblea general ordinaria de esa señera entidad del sudeste bonaerense en la que es asociado y, otro amigo, Claudio, lo animó a presentarse. Por supuesto que entró en el consejo de administración con el voto del resto de los asociados y eso no es poco.

 

No me extraña que Gustavo haya dado un paso más. Sus poros, desde siempre, han traspirado valores que en el movimiento cooperativo y en la vida, a la larga o a la corta, siempre dejan efectos benéficos a quienes lo rodean. Esta forma de ser y actuar no es común, pero diferencia, en un país donde se ha perdido la vergüenza y que cualquier sujeto acusado de las peores corrupciones es reverenciado por los jueces y anda pavoneándose por el mundo como si nada.

 

Ser solidario, tener autoresponsabilidad, valorar la democracia, buscar la equidad y la solidaridad, para Gustavo no es un impedimento. Sin integrar cooperativa alguna, por ejemplo, ya lo venía haciendo con un grupo de criadores de ovinos para carne, trabajando en conjunto, cooperativamente, para llegar al consumidor de la zona, primeramente, con un producto de calidad.

 

La felicidad que me transmitió Gustavo la semana pasada, fue también mi propia felicidad, porque sé que en el consejo de administración de su Cooperativa no entró para calentar una silla. Como es un “cola inquieta”, toda vez que se reúna el órgano de dirección, al igual que muchos de sus pares, estará en medio de un cúmulo de debates serenos o airados, de ideas contrapuestas, propuestas y contrapropuestas, analizando proyectos, presentando iniciativas audaces y prudentes. Todo, en un marco de trabajo creativo hecho entre un conjunto de personas con serenidad y lucidez.

 

Todo esto que comento, que dio origen a esta columna dedicada a Gustavo, también está a nuestro alcance y no es necesario constituir o integrar una cooperativa para sentirlo y hacerlo. Está en nuestra raíz humana. El historiador israelí Yuval Noah Harari destaca que “hoy en día, los humanos dominan completamente el planeta no porque el individuo humano sea mucho más inteligente y tenga los dedos más ágiles que un chimpancé o un lobo, sino porque el Homo sapiens es la única especie en la tierra capaz de cooperar de manera flexible en gran número”.

 

De allí que la alegría de Gustavo de integrar por primera vez el consejo de administración en su Cooperativa, la traduzco y la extiendo a todos quienes por primera vez entran convencidos a una comisión de una Asociación Rural, de una Cooperadora Escolar, por ejemplo, porque lo que vale es la fuerza del conjunto operando y con sabiduría en favor de sus representados. Como diría el mentor de la poderosa Corporación Cooperativa de Mondragón: “El signo de la vitalidad no es durar, sino renacer y adaptarse”.

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