Viajes y reencuentros

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Los viajes, a veces, son agotadores. Sobre todo, aquellos que son sólo por dos o tres días, y muchos los kilómetros por recorrer. Sin embargo, después de un año y medio de home office, de seminarios y reuniones plenarias por streaming, viajar para reencontrarnos con gente que desde hace más de 40 años compartimos actos, asambleas, inauguraciones, o simplemente el trabajo, hace que se transforme en algo placentero y emocionante.

 

Más allá de ser respetuosos con ciertas reglas o protocolos sanitarios, a algunos se nos escapó al galope el corazón o una gran sonrisa debajo del barbijo, cuando pudimos reencontrarnos hace un par de semanas en Buenos Aires y hace dos días en Rosario, en las tradicionales asambleas de las empresas que componen el Grupo Cooperativo para el cual trabajo.

 

Volví a escuchar y sin aburrirme las clásicas preguntas de hombres de campo devenidos en dirigentes: “Che, ¿llovió en tus pagos?”; “¡Qué terrible que está la seca!”; “Los trigos se están marchitando y, para colmo, Sierra dijo que podría venir nuevas heladas tardías”; “¡Qué alegría verte!, ¿cómo está tu familia? Las expresiones se multiplicaban en el foyer del salón, cuya escenografía interior ayudaba separación y que todos observaran permanecer con barbijo que tapara la nariz, la boca y el mentón. No hubo aglomeraciones. Sí pequeños grupitos que se animaban a darse un abrazo o sólo compartir una charla o un café.

 

En el trayecto en auto desde Rosario a Buenos Aires, para tomar el avión a Bahía Blanca, me entretuve con uno de mis libros de cabecera: “La Resistencia”, de Ernesto Sábato. En la página 23 encontré este párrafo que hace más de 21 años escribió este ilustre ensayista, novelista y científico nacido en Rojas, y que interpreta, de alguna manera, lo que sentí en estos días de reencuentro. Dice: “La vida es abierta por naturaleza […] El latido de la vida exige un intersticio, apenas el espacio que necesita un latido para seguir viviendo, y a través de él puede colarse la plenitud de un encuentro, como las grandes mareas pueden filtrarse aun en las represas más fortificadas”. Hasta acá Ernesto Sábato.

 

La pandemia, más allá de sus secuelas económicas, sociales, políticas y de dolor que trajo tras de sí, también nos ha permitido a aquellos que vivíamos en la vorágine cotidiana a valorar las pequeñas grandes cosas que tiene la vida, como un milagro en medio de tanta cerrazón. Será por eso que cuando se agotaron los abrazos, las clásicas preguntas y respuestas sobre su actividad de productores agropecuarios, todo comenzó a fluir acompasadamente y sin estridencias, tan natural como la vida misma.

 

Los viajes a veces agotan, pero si los miramos desde otra perspectiva, alientan los reencuentros responsables, sin olvidar que somos sobrevivientes de una pandemia que se ha llevado a más de 5 millones de personas a nivel global, y cuya pesadilla de contagios aún no ha terminado, más allá de que acá, en Argentina, se haya decretado prácticamente extinguida.

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