602 días

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Cuando arribé a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el pasado lunes 18 de octubre, habían transcurrido 1 año, 7 meses y 23 días de mi último viaje a esa metrópoli. Por entonces, la COVID 19 era una enfermedad que estaba en desarrollo y amenazaba al mundo.

 

Por supuesto que era motivo de conversaciones en la oficina, en el seno familiar, entre los amigos. El caso cero ya estaba entre nosotros, y para algunos era motivo de broma, como la que le escuché decir a mi hijo, cuando estábamos de viaje por Chile en enero, al ver a un ciudadano chino empinándose una botella de cerveza “Corona” en el bar del hotel. “Ahí está el “Coronavirus”, me dijo.

 

La cuestión es que, a fines de marzo, el Gobierno decidió preventivamente tomar medidas drásticas y hubo confinamiento para todos. Dejamos de viajar por trabajo y por placer, porque dejaron de funcionar los medios de larga distancia. Empezamos a experimentar la necesidad de usar barbijos, de lavarnos más seguido las manos, a rociarnos con alcohol al 70 % y con alcohol en gel. El saludo afectuoso del abrazo o del beso cambió rotundamente por tocarnos con los codos o con el puño cerrado y, enseguida, a lavarnos las manos.

 

Después continuaron las cuarentenas y fueron interminables. El trabajo de home office comenzó a ser una realidad. Empresas y trabajadores adecuaron sus estrategias de trabajo, incluso en aquellas donde las labores requerían de presencialidad y donde los estrictos protocolos sanitarios empezaron a ser parte de la nueva normalidad.

 

No voy a hablar de las promesas de vacunas, de los vacunatorios VIP, de las fiestitas clandestinas de los jerarcas del Gobierno mientras el resto acatábamos sus indicaciones de cuarentena estricta. Sí les voy a señalar lo que dejó la pandemia a un barrio importante de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, como es San Nicolás, donde yo me muevo por razones de trabajo. 602 días después, de los innumerables restaurantes, pizzerías, bares y negocios de todo tipo, sólo quedaron unos pocos, que contados me sobran varios dedos de las manos. En el hotel al que concurro, me decía uno de los conserjes que estuvieron cerrados desde marzo hasta diciembre. Me indicaba el privilegio de haber podido cobrar los haberes mensualmente, cuando otros colegas de hoteles vecinos no lo hacían.

 

Después de las 21 horas, la zona, que tenía una vida nocturna animada, ahora se transforma en un área fantasma, digna de las series de Marvel. En la peatonal Florida la actividad de los pocos negocios que quedan en pie prácticamente cesa a las 20 horas y pasa a ser un ámbito lúgubre, donde los únicos locales abiertos son los de una reconocida cadena de farmacias.

 

Conseguir taxis es una tarea que sólo se puede lograr durante el día. No quieras pedirlo a la madrugada, porque son pocos los que se animan a transitar por algunos barrios.

 

En sólo 602 días, la pandemia y las desacertadas y descoordinadas medidas en ese gran conglomerado denominado AMBA, dejó un escenario económico y social arrasado. Muchas familias y personas solitarias viviendo en las calles, cosa que hace unos años se advertía, pero no con la magnitud que se ve hoy.

 

No sé cuánto llevará para que el barrio de San Nicolás retome la actividad plena. Me quedo con que sólo bastaron 602 días para encontrarme con un paisaje difícil de imaginar.

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