Libertad

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Desde mi retiro cordobés todo se ve diferente. Estar en el campo me produce una vibra especial. La infinitud del horizonte abre la mente y el espíritu.

 

No me voy a cansar de repetir que transitar a pie o en bicicleta por los caminos rurales da sensación de libertad, esa que no la siento en medio de la ciudad, donde las sendas peatonales están rodeadas de edificios, de bullicio, esquivando, en algunas ocasiones, bicis y patinetas. Acá es diferente. A lo sumo te cruzas con un vecino que -conociéndome- afloja la velocidad de la camioneta, baja el vidrio para saludar o intercambiar algunas palabras preguntando por la familia o cuándo llegamos…

 

También es frecuente que pase frente a mí un cuis; un peludo que raudo se mete en la cueva; alguna liebre que a lo lejos me otea y luego emprende su rápido camino por el lote del campo cercano donde se puede mimetizar entre el sembrado. Las lechuzas, más astutas, no dejan de observar desde la cima de un espinillo ubicado a la vera del camino o desde el poste del alambrado o del tendido eléctrico. Ante cualquier movimiento que haga, ya están volando hacia otro sector del camino, pero con el empecinamiento de controlar mi paso por esos lugares. ¡Bah! Eso creo. Posiblemente no les importo o más bien le importuno como mis caminatas su caza matinal.

 

Vuelvo a la infinitud del horizonte campero. Me hace poner metas a alcanzar. Hoy voy a llegar al monte de los Ferrero; mañana, veré de alcanzar el camino que se cruza más adelante; pasado, el objetivo será llegar al eucaliptus que se levanta al lado de la entrada de aquel campo… Son desafíos a los que agrego kilómetros, descargo ansiedades, me ayuda a pensar y a soñar despierto, en medio de un paisaje único, con el único ruido que produce el viento al pasar entre los matorrales que se acumulan a la vera de la traza de tierra o el de los pájaros que se arremolinan en los nidos donde crecen sus pichones.

 

Acá en el campo, la glucemia se mantiene baja, el ritmo cardíaco se normaliza. Nada me apura, a pesar de que sigo trabajando a distancia. Me acomodo al paso que impone la naturaleza, aunque hay que ser previsor para disponer suficientes pilas para los grabadores u hojas para la impresora. En Bahía puedo ir a comprar estos insumos básicos en un radio de una cuadra. Acá, tengo que hacer 32 kilómetros al pueblo más cercano, donde aún se duerme la siesta y los negocios de tarde abren después de las 16,30 horas.

 

La Internet es un jet supersónico, salvo cuando nos cortan la electricidad por algún arreglo o mantenimiento en las líneas de energía. Aquí se aprende a ser paciente. Entonces, hay que recurrir a algún libro, a repasar apuntes de alguna nota o simplemente sentarnos en la galería o en torno a la mesa a tomar mate o alguna otra infusión y dialogar. Dialogar, algo que nunca falta en la familia. Es la base de la convivencia, de la libertad y también de las realizaciones hechas en paz. Esto es lo que se desconoce en el Gobierno.

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