El último vuelo

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Las luces iluminan fuerte y hace frío, una paradoja mientras el cuerpo no responde y la anestesia poco a poco se adueña de todo. Miro la mano y la tengo apretada, al abrirla noto que hay algo de transpiración, una de las pocas señales que encuentro que en realidad, los nervios están, no los veo, no los siento, ni siquiera les doy lugar, pero sin dudas están ahí, apoderándose de una situación que hasta hace pocas horas, era total y completamente imprevista. “Ya está” me repito, en un ejercicio que instintivamente me lleva a entregarme, a dejar que las cosas ocurran, porque en definitiva, nada puedo hacer.

 

Hace muchos años tome un vuelo por primera vez y yo sabía íntimamente que volar no me gustaba, de hecho la sola mención me ponía la piel de gallina, me generaba un miedo incontrolable, “no hay otra manera?”, me preguntaba una y otra vez. Sin embargo sucedió, mi mejor amigo me regaló los pasajes y despreciarlo, sería un verdadero insulto a la amistad. Y ahí logré comprenderlo, pude entender la razón por la cual muchos de nuestros miedos se apoderan de nosotros, o al menos en mi caso. Por una vez en mi vida, perdía el control. Nada de lo que allí ocurriera, estaba en mis manos. Volar para mi es eso: es carecer de la capacidad de poder controlar lo que ocurre en mi vida, es poner mi destino en manos de otros, es entregarme a la tecnología y a sus posibles fallas, es saber que no solo estamos en manos de Dios, estamos en manos del hombre y sus limitaciones. Ese día, descubrí donde nacían mis peores miedos.

 

Respiré profundo y volví a concentrarme en las luces, la anestesia se adueñó de gran parte de mi cuerpo y la frase no me tranquilizó en absoluto, “si duele nos avisás, no tiene que doler”. Me relajé una vez más y supe todo lo que pasaba, cada sonido, cada movimiento, cada pedido del cirujano marcaba un paso que lamenté conocer, “no hay nada peor que saber todo”, me dije para mi mismo, pero me acordé de aquel vuelo, me vino a la imagen la escalera de aquel avión.

 

Recuerdo estar sentado casi en las últimas filas, el avión semi vacío me dejó más tranquilo, fue como sentirse cómodo a pesar de que por dentro aún luchaba con esa sensación de pánico. Me senté y lo primero que me dije es, “ya está, listo flaco, no podes hacer más nada, si estás muerto, disfrutalo, que necesidad hay de irse en este estado” me dije casi dramáticamente para mi mismo y fue la frase que me acompañó por años, cada vez que volé, disfrutando la vista, el vuelo, las bebidas, la comida, las lecturas, las películas, todos y cada uno de ellos fueron diferentes, pero aquel primero, fue la clave para entender que lo que no podemos manejar, eso que no podemos controlar, no puede adueñarse de nuestro propio control.

 

El diario Olé por aquel entonces era mi favorito, me lo devoré en los cuarenta minutos de vuelo y solo levanté la vista en un par de ocasiones, extrañado de no ver azafatas y de sentir que el diario, se movía todo el tiempo. “Que porquería este cachirulo” me dije para adentro. Cuando bajamos, el comentario de varios pasajeros asustados fue de lo “fuerte que se había movido el avión en la tormenta y lo mal que la pasaron”…sonreí para mi mismo, entendiendo que fue tal mi grado de desconexión, que mi supuesto primer y horroroso vuelo, terminó siendo placentero, al menos solo para mi.

 

“Qué pasa con eso Gonzalo?” fue la pregunta que rompió el hielo en medio de la cirugía. “Vi que está todo ok” seguí apostando, mientras la risa de los cirujanos, relajó el momento y a partir de allí, fue todo charlas, risas y entendí una vez más, que el control no estaba en mis manos y nada mejor que mi propio control interno, para que si alguien así lo disponía, mi momento llegara como yo quiero y no como la situación lo obligaba.

 

“Todo ok Carlitos, veo que estás al tanto de todo”, fue la respuesta de Gonzalo antes de seguir riendo, charlando y dejando el control, definitivamente en sus manos.

 

El control es algo maravilloso, que nadie puede despojarnos, pero no el de controlar, sino el de entender, que estamos acá y eso en definitiva, es lo único que vale la pena.

 

“Vive de tal modo que la muerte te encuentre tan vivo que hasta dude de llevarte”

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