Esto es una ganga

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Cuando deseamos ofertar algo, pero no queremos perder ni ahí, siempre hacemos terminar la cifra de venta en 99, total el centavo en nuestro sistema monetario totalmente devaluado no es nada, y, por el lado del comprador, tenga o no necesidad de tal o cual artículo, el cerebro y lo emocional le hacen creer que es una buena oferta y compran.

 

Llegamos a la columna 599. Yo no quiero perder ni un centavo y, ustedes, los fieles oyentes, tampoco, porque creen que se encuentran ante un precio de oferta aceptable, más allá de que aún no he mostrado o desarrollado el tema que me he propuesto para este espacio. Espero no defraudarlos con esta oferta 599.

 

No es necesario ser inteligente o un gran intuitivo para señalar que un inmenso manto de pesimismo parece extenderse sobre toda la sociedad, impidiendo el ejercicio de la libertad creadora. No podemos ni debemos cerrar los ojos ante esa realidad. Para cambiarla es preciso reconocerla, aunque nos duela, admitirla tal como es, no para dejarla intangible, sino para saber cómo modificarla de manera positiva.

 

Tantos años de mentiras, de mala praxis en las instituciones republicanas, de votos esperanzados en promesas quiméricas, nos sacaron del foco del “esfuerzo propio y ayuda mutua”, herencia que recibimos de nuestros ancestros y que, deslumbrados por luces ficticias sobre un escenario inexistente, desechamos en la búsqueda del camino fácil que nos ofrecían muchos políticos que conocen mucho mejor eso de la oferta que termina en 99.

 

Hoy por hoy somos protagonistas de un país en decadencia, con un cáncer inflacionario que nos carcome; con bolsones de analfabetismo, con tres generaciones que no han conocido el trabajo genuino sino un Plan Social o un subsidio; con políticos corruptos; con familias de políticos que creen que se pueden perpetuar viviendo del Estado como si fueran aristócratas o pertenecientes a una casta superior; con asentamientos marginales en la periferia de los grandes centros urbanos que son lugares insalubres, sin los más mínimos servicios esenciales; con familias enteras viviendo bajo las autopistas o simplemente en la calle, a la intemperie. Esta es la realidad de un país decadente, sin rumbo, a la deriva, porque quienes deben timonear el barco se vienen dedicando a la joda desde hace mucho tiempo a esta parte, y otorgando pan y circo para entretener a los giles por 1,99.

 

Sin embargo, amigos, debajo de la crisis existe una Argentina posible, coincidente con la que soñaron nuestros ancestros, nuestros próceres, nuestros padres, e incluso nosotros mismos para nuestros hijos y nietos. Hay una Argentina que está allí, al alcance de nuestras manos.

 

Como señalé alguna vez, sucede con nuestro país lo que algún escultor dijo de las estatuas. Interrogado por un curioso sobre las dificultades de su trabajo, señalando un enorme bloque de mármol explicó: “En realidad no es tan difícil; la estatua está allí, esperando que saque la piedra que sobra”.

 

Lograr este objetivo formidable, parece una empresa ajena a la de quienes estamos hoy aquí. Tenemos una tendencia natural a considerar que los grandes logros patrióticos son materia exclusiva de quienes se dedican a la función pública o a caudillos o líderes salvadores, como los que siempre andamos buscando. Pero ese criterio se basa en un error. Un país es la obra de todos, y cada uno de nosotros tiene algo que hacer para mejorarlo, empezando por nuestras familias, nuestros trabajos, nuestro barrio, nuestra comunidad.

 

No basta continuar haciendo lo que siempre hicimos. Estamos en el siglo XXI y no podemos seguir pensando y haciendo cosas del siglo pasado. En tiempos de cambios acelerados, seguir haciendo lo que siempre hicimos, constituye una variante de atraso que necesariamente nos condena. Hay que estar dispuestos a cambiar. A cambiar en serio, con coraje, imaginación y eficiencia.

 

Hasta acá llega mi oferta, por solo 599… ¿La compran?

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