La esclavitud de la pasión

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Hay ciertos privilegios que poseen costos muy elevados. Se relegan cosas importantes de la vida y lo que nos moviliza a diario, nos permite soñar, nos hace crecer, nos llena de satisfacciones, son los mismos motivos por los cuales se termina atado muchas veces una vida entera. Seguramente en otras profesiones, en empresas personales, en negocios, desde una rotisería, un camión y cientos de ejemplos más, son junto a gran parte de los productores, esclavos de su pasión.

 

Es un domingo cualquiera, el descanso nunca pasó por su cabeza y más allá del almuerzo organizado, el supuesto deber llama y no habrá nada ni nadie capaz de alterarlo. “En el lote de vaquillonas hay dos o tres que están con trabajo de parto y es el día del niño, el empleado me pidió el día y para mi es imposible moverme, voy a estar de recorrida”, explica Esteban como si el mundo se detuviese y la naturaleza está obligada a elegir esa tarde para pariciones forzosas. Es tan así? No, pero hay una pasión que no puede contenerse, hay una libertad que no es tal.

 

En otro campo Claudio debería haber prendido el fuego, sin embargo nadie sabe adónde se fue. La señal, “no si salió al potrero olvídate”, dispara la mujer casi acostumbrada a estas cuestiones que siempre habrá algún motivo más importante, que prender el fuego para que a la hora ya prometida, el almuerzo esté en marcha. “No no, si ayer anduvo arriba del mosquito, en este momento papá seguro está en el lote sacando nabolzas con la pala, si las vio de arriba de la fumigadora, hasta que no las saque ni lo cuentes”, arremete Agustín convencido de su teoría. No hay caso, ni el atractivo de un fuego con amigos es más poderoso, hay un mandato que cumplir, nada parece ser más importante, la esclavitud de la pasión asoma una y otra vez.

 

Es un privilegio vivir en el campo y del campo? Y para el campo? Nadie seguramente de los que viven en primera persona este tipo de situaciones están dispuestos a quejarse. Ellos lo viven así, como una droga, como algo imposible de postergar no importa el día, el lugar, el tiempo o la compañía. Es difícil renegar de vivir donde a uno le gusta, es casi imposible quejarse de un escenario que tiene los mejores paisajes, las mañanas más disfrutables, las tardes soñadas, las noches más inmensas. En cada paso, hay un disfrute, en cada día hay un desafío y en cada cosecha, en cada parto, en cada fruto de la tierra, hay un sueño por nacer, así se vive generalmente, más allá de las hectáreas, de los números, de lo que se gane.

 

Pero está lo otro: cuántos de ellos son capaces de dejar todo durante una semana –ni digo diez días…- para salir de esa suerte de prisión placentera? Cuántas familias son capaces de darse la libertad de entender que el ternero igual nacerá, puede o no pasar, pero el campo no va a cerrar ese día por ese nacimiento. O alguien podrá fertilizar si el pronóstico de lluvia está firme y justo ese día, es el casamiento de un hermano, de un amigo o aquel bautismo. En el campo, ese tipo de pasiones, se vive siempre en primera persona: si ese día no estás, el poste se pondrá torcido – aunque sea el mejor alambrador-, el zorro se llevará los corderos – aunque el empleado se haya quedado- y la sembradora, dejará “chanchos” por todo el potrero – por más controlador satelital que tenga-.

 

Lo cierto es que todos y cada uno de ellos, son felices. Viven y sienten cada segundo de lo que hacen, disfrutan y sufren, pero no podrían ni hacer, ni estar en otro lado, porque para eso, tienen que haberse convencido durante días y días, de que “ese día”, pueden salir sin que nada ocurra. La esclavitud de la pasión, una pequeña tortura personal, que siempre suele llenar el alma.

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