Las raíces de nuestras comunidades

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Leyendo un libro de sentencias del Padre José Maria Arizmendiarrieta, que me entregaran en ocasión de realizar estudios en el Centro de Capacitación de la Corporación Cooperativa de Mondragón, en el País Vasco, me encontré con esta frase: “Los pueblos al igual que los árboles crecen vigorosos y sólidos cuando echan raíces hondas: las raíces ocultas de una comunidad son las inversiones bien realizadas”.

 

Muchos, por nacer y vivir permanentemente en un pueblo, en una pequeña ciudad, no advertimos en nuestra cotidianeidad las raíces profundas que tienen nuestras comunidades, es decir, nuestros vínculos sociales y las pequeñas, medianas y grandes empresas -la mayoría familiares y otras de propiedad conjunta democráticamente gestionadas, como cooperativas y mutuales- que constituyen la base del desarrollo de nuestras localidades.

 

Como concurrimos diariamente al autoservicio o almacén del barrio a hacer las compras, o a buscar los medicamentos a la farmacia, o al remate feria de tal o cual firma consignataria, o a la panadería que deviene lejos en el tiempo y su razón social se traspasa de generación en generación, o a la Cooperativa Agropecuaria o a la Asociación Rural, nunca nos detenemos en preguntarnos cuál es el Producto Bruto Interno que queda en el pueblo, que se distribuye en sueldos de asalariados, en impuestos que deberían volver en mejores obras y servicios públicos, en reinversiones de las mismas pequeñas o medianas empresas, en donaciones a entidades de bien público, en tantas cosas… Son, como sabiamente y desde la experiencia señala el Padre Arizmendiarrieta, “son las raíces ocultas” que tiene una comunidad, desarrollada gracias a las inversiones que sus habitantes u otros que llegan para instalarse en nuestro seno con deseos de prosperar y dar prosperidad al entorno.

 

La crisis que hoy estamos viviendo, producto de la impericia de un Gobierno que ha perdido la brújula en lo económico y en el manejo de la pandemia, ha golpeado en muchos casos la línea de flotación de muchas empresas, que hoy ya son historia o que, en el mejor de los casos, se debaten entre cerrar o sobrevivir gastando sus últimos ahorros.

 

Cuando ello ocurre, sentimos un impacto violento en nuestro ser y ahí despertamos, nos despabilamos, y nos invade esa angustia propia de quien siempre ha sentido pertenencia, aunque no nos hayamos dado cuenta de ello a través de los años. Hablo de esa relación con un negocio o servicio, por el que sentimos derecho sobre él.

 

Y más allá de la conmoción económica y social que ello trae, también tomamos conciencia de aquellas pequeñas grandes cosas que representan el Producto Bruto Interno social, como el encuentro diario o a menudo en ese negocio con mis prójimos, sean amigos o conocidos del pueblo; con ese diálogo de afecto que a través del tiempo fuimos construyendo con quien o quienes nos atendían; la mano amiga extendida de aquel productor hacia su colega haciéndole  una “gauchada”; la leche recién ordeñada que el lechero alcanza a un comedor con necesidades; porque también la comunicación, el vínculo, la solidaridad, forman parte de esa inversión profunda, como las raíces de un frondoso árbol que representa a nuestras comunidades.

 

En la vida de nuestros pueblos la caída de una empresa no es ni debe ser una escena suelta. Con ella se pierden fuentes de trabajo, la inversión del empresario y también el nexo del afecto social y la comunicación, todas partes de ese conjunto que hace al progreso de los pueblos.

 

De allí que debemos abroquelarnos, unirnos, ser solidarios, ser más pertenecientes a defender con pertenencia lo nuestro. No debemos esperar que caiga el maná del cielo. Al maná lo debemos fabricar nosotros con perseverancia, con esfuerzo propio y ayuda mutua, con valores y principios que los expresen mujeres y hombres que sean capaces de hacerlos valer en los Concejos Deliberantes, en la Legislatura provincial o en el Congreso de la Nación. También somos nosotros, la gente de los pequeños pueblos, de las ciudades medianas o grandes del interior del país los que debemos transformarnos en raíces profundas, donde la inversión en talento, en diálogo, pensando y actuando para nuestro prójimo, sostengan ese gran árbol llamado República Argentina.

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