La difícil misión de trascender

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

En mis largas charlas con mi amigo Gustavo muchas veces el tema herencia familiar suele ser parte de los diálogos recurrentes. Esa herencia familiar es una suerte de mochila que no siempre es fácil de acarrear. El compromiso de lo heredado, la carga de responsabilidades, la historia familiar, esa que tras generaciones resulta dura de manejar, más aún cuando por las crisis en más de una ocasión, se está ante la difícil disyuntiva, de tener que cerrar o vender, algo que no es un simple catastro y una escritura: es el árbol familiar el que se está dando de baja.

 

Y ahí están, padres con hijos muchas veces hasta poniendo en “jaque” relaciones familiares a la hora de discutir por la empresa agropecuaria. Otros más afortunados, logran conciliar una pareja que siempre tiene sus bemoles, pero puede contar con toda la experiencia y el conocimiento que dan los años, con la frescura, el empuje y las nuevas tecnologías, que posee enraizada la juventud. Dichosos aquellos que han logrado posar el inóculo en la semilla y hacer que crezca esa pasión llamada campo en sus hijos.

 

Muchas veces me imagino a los padres, lidiando con cosechas, con haciendas, con impuestos, con retenciones, con la promesa a gritos de dejarlo todo, mientras algún niño a su lado lo mira atentamente, viendo el sufrimiento de su padre por cuestiones que no siempre alcanza a comprender. Sin embargo, tal vez allá por la adolescencia, lo acompañará mil veces al potrero, se sentará en el tractor con la tolva, vacunará mil mangadas, irá a remates, asistirá a jornadas y hasta tal vez termine en una facultad, de Ingeniero o Veterinario, ya contagiado de esa pasión familiar que no hay vacuna que contenga.

 

Cómo hacer para que no sufran? Es la pregunta que todo padre debe hacerse, cuando sus hijos tendrán la difícil carga de ser productor agropecuario en un país, donde siempre quienes gobiernan, se creen dueños del trabajo, del capital, de la renta y hasta se quedan con parte de la quiebra, socios de cosecha, cuervos impiadosos, para una lógica destructiva  que no hay inteligencia que comprenda. Por eso, seguir la huella de sus padres, será seguramente un padecimiento.

 

Pero estará lo otro, el amor por la tierra, el mamar la libertad de miles de atardeceres, la pasión por los fierros y cultivos, el respirar la locura por las vacas, ese desafío de cada año de volver a empezar en cada estación, en cada cultivo, en cada parto, en cada novillo cargado hacia el frigorífico. No hay manera de describir un sentimiento, por eso tampoco es fácil de comprenderlo, cuando mucho de lo que se hace, es remar continuamente contra la corriente.

 

Mi amigo vuelve a sus reflexiones, “le prometí a mi viejo que mientras yo viviera, jamás el campo será tapera”, mientras logró desde unas pocas hectáreas, trascender sus propios pagos, ser pionero en producciones, ser inspiración de congresos, hasta ser ídolo en las redes para los más jóvenes, mostrando que desde la pasión, todo absolutamente es posible.

 

Como el, miles y miles trajeron el amor de sus padres hacia el campo, una pesada herencia que es capaz de dar tantas, pero tantas satisfacciones en la vida, que difícilmente, puedan describirse con palabras en un teclado.

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