Entregados al peor destino

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

“Nadie se muere en las vísperas” repetía siempre la abuela, cuando ella misma prácticamente se fue cuando quiso. Con ese aval, quizás las cosas las traté de ver diferente, tras enfrentar en estos días el tan temido mal de estos tiempos, el “bicho” para muchos, el coronavirus tan mentado.

 

Fueron horas difíciles, es cierto, entre la severidad de la enfermedad y sobre todas las cosas, el tremendo sometimiento mental al cual nos exponemos en su curso, más allá de la patología, de los síntomas, del estado físico, de las preexistentes, esta enfermedad reina por la cabeza, su nombre de corona, sin lugar a dudas tiene que ver con el enorme poder de reinado que tiene sobre las mentes.

 

Y allí se basa esta pelea, en un contínuo debate a duelo, entre los mensajes, la televisión, las opiniones, las mil recetas, los cien fármacos, los que todo lo saben, los que no saben nada, todos absolutamente todos se prenden en el fuego cruzado de opiniones que poco sirven a la hora de la incertidumbre.

 

Cada día es una lucha intestina por el día que vendrá, tal vez allí se esconde la peor de las miserias. Cada día esperás “ese día” donde llegara la mejoría y verás esa luz de esperanza, la misma que cada día, parece negarse a aparecer y va tornando la pelea con la cabeza, en franca derrota. Entre la fiebre que no afloja, el desánimo que gana el cuerpo, el “oxímetro” vigilante, como si cada punto de aire por llegar, pudiera hacer la diferencia entre sano y enfermo, entre me quedo y me voy.

 

Y amanece y ahí estás, tenés miedo de saber cómo te sentís, de intentar probar si es “el día en cuestión”, mientras la soledad sigue siendo por lo general el único aliado al cual, nadie le termina de dar el papel que tiene asignado. Y es ahí cuando te das cuenta, que absolutamente nadie puede arrebatarte las ganas, no hay virus que pueda someterte cuando en realidad sos dueño y señor de tu propio organismo. Cuando decís “basta” y tu propio cuerpo decide comenzar a ganar la batalla, esa que en la mente perdiste mil veces, pero que sin embargo, ni siquiera libraste, aturdido por la cadena de miedo, de desánimo y de incertidumbre que ronda en todos lados.

 

El coronavirus es un virus seguramente que provoca fuertes sintomatologías, pero a fin de cuentas es un virus, el cómo cualquier otro pueden dejarte en el camino, hoy es su turno, es su reinado, pero no es diferente al resto, o si, tal vez lo hicieron, cuando por ejemplo nuestras autoridades, decidieron que por aquí tenían que llegar las cepas de todo el mundo y dejarnos completamente al desnudo de cualquier defensa, para cepas que para nosotros, son directamente una enfermedad exótica.

 

Esto tiene responsables y no somos nosotros, es el conjunto de pésimas decisiones tomadas, de medidas que rozaron la ignorancia al no sellar un país, que tenía una curva controlada, una enfermedad que no había provocado grandes desmanes. Sin embargo, aquí fuimos por todo y como siempre, lo logramos, creamos el desastre y ahora solo piensan en hacerte cargo.

 

Por eso una vez más me convencí de que la abuela tenía razón: nos iremos cuando nos tengamos que ir, ni antes ni después, o al menos, esa es la tranquilidad con la que debemos vivir, no aterrorizados porque alguien así lo dispuso. Hay un antídoto único, contra este virus, contra otros y contra los que vendrán: está en la decisión de cada uno, de jamás entregrarse, aunque como en nuestro país, nos hayan entregado a nuestros peores destinos.

 

A no aflojar, la abuela también lo predijo: “los inútiles y esto, también pasarán”.

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