Darnos cuenta

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

La última semana fue el delirio, la vergüenza y el caos al poder. La mediocridad, la chapucería, el cinismo, la corrupción por el “vacuna gate” y la incompetencia no tiene parangón. Marchas y contramarcas, sí pero no. Negociamos con el FMI y desde el interior provincial, la presidenta en las sombras se desgañita diciendo que no hay plata para pagarle. El desempleo es el 11 % y se ubica entre los más altos de la región. Ante esto, los sindicalistas son ciegos, sordos y mudos; salvo los Moyanos, que hacen lo que mejor saben: extorsionar, porque la Justicia y el Gobierno mira para el lado equivocado. No tenemos moneda. La decadencia institucional, moral, política, económica y social recorre todos los estamentos. Lo que tuvo que ser una celebración para el Mercosur, nuestro presidente títere la desarmó en medio de bravuconadas de “petitero”. La autocracia al poder.

 

Así estamos en medio de la mayor pandemia mundial de Covid: “En pelotas y a los gritos”, como titulara a uno de sus libros el historiador argentino Alberto Lettieri.

 

En mis habituales caminatas del amanecer pienso que hemos perdido la vergüenza como país y la seguimos perdiendo cuando elegimos a nuestros gobernantes como si estuviéramos jugando a los dados, porque en la mayoría de los casos, la mayoría de los votantes eligen a uno u otro candidato por la simple razón que del corazón al bolsillo solo media 50 centímetros, o porque alguna vez Evita le regaló una bicicleta a su abuelo, o porque se creyeron la épica de la revolución. Somos imbéciles ejerciendo el voto y, para colmo, elegimos a personas cuyo pedigree es altamente conocido, porque al zorro se le cae el pelo, pero no las mañas.

 

Siento nostalgia cuando leo que al primer presidente chileno de la transición post Pinochet, Patricio Aylwin, no le faltaron quienes le solicitaron que cambiara la Constitución y fuera reelecto. Aylwin cortó cualquier intento cuando dijo: “Mi palabra es mi contrato”. Él se había comprometido ante su pueblo ser el presidente por un período, y no cabían interpretaciones de supuestas voluntades populares amañadas. Acá, a las palabras se las llevó el viento, y los pactos a escondidas de los ciudadanos cosa corriente.

 

No debería ser una utopía, una ficción, hacer que el gobernante y los funcionarios públicos valgan en función directa de la palabra que empeña, de lo que se compromete con el pueblo que lo votó. Lo público tiene que ser también la promesa electoral, la idea que se sostiene y sobre la cual se llega al poder.

 

También, con nuestro silencio cómplice hemos dejado que otros imbéciles estén ganando la batalla cultural, cambiando las bases de nuestro rico idioma; adoctrinando a nuestros hijos y nietos desde el jardín de infantes hasta la universidad; dejando en manos de un grupo de gente cooptada por el odio el manejo de los Derechos Humanos.

 

Educar, promover la convivencia, requiere prestar atención y entender los problemas de nuestro tiempo, vinculándolos con nuestra propia vida personal, aprender a pensar, nos acercarán al título profesional de ciudadanos, es decir, hombres y mujeres que integramos la ética a la búsqueda de la eficacia, la responsabilidad personal a la conciencia ciudadana y el espíritu fraternal a la conciencia crítica. Este es el antídoto para evitar en el futuro un gobierno caótico como el actual.

 

En fin, me parece que nos tenemos que hacer aquella pregunta de Domingo Faustino Sarmiento: ¿Somos Nación? ¿Nación sin amalgama de materiales acumulados, sin ajuste ni cimiento? ¿Argentinos? Hasta dónde y desde cuándo, bueno es darse cuenta de ello.

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