Más allá del tiempo

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

La cocina se llena rápido de humo, apura el mate y pensativo, vuelve a poner la pava. “Un par más y salgo” se promete acomodando un poco lo que anoche quedó sin lavar. Se da vuelta y el grito le da aviso de que acaba de pisar “al Goyo”, el Border Collie que siempre parece una sombra. “Pero si serás pavo cuzco”, le grita como en un reto, pero por dentro sabe que su fiel compañero es lo más parecido a una charla, que cruzará en todo el día con algún ser viviente.

 

Dos mates más y abre la ventana al paso, sabedor que a la vuelta ni el aguantará el humo que los cinco cigarros dejaron como nube en la matera. Manotea el celular de la ventana, chequea que algún milagro haya traido una mínima señal, que le devuelva en un mensaje la única esperanza de saber que alguien más que el patrón, se acuerda de su existencia. Nada, ni siquiera Salcedo –del campo de la loma -que suele invitarlo algún domingo para el almuerzo, se apiada de lo que será otro domingo estéril. “Lloverá?” se pregunta por dentro y el reflejo en la ventana le devuelve la sombra del caballo ya ensillado, listo el “Pilchero”, un criollón bayo que juega con el freno refunfuñando a la espera de la habitual recorrida.

 

El aire afuera es casi un cachetazo. El viento y la sequía, parecen no frenar nunca, mientras que sabe perfectamente que en un pocas horas más, el mediodía impiadoso caerá sobre su cabeza, por eso la cosa tendrá que ser cortona: mirar las vaquillonas, arreglar el tranquerón del cañadón, buscar el rastro del puma que le señaló el patrón y no mucho más, esperando deseoso la siesta, esa que lo deposite en un abrir y cerrar de ojos, en la tardecita del domingo, a la espera de un lunes, que no será tan diferente, pero que lo sacará del odioso domingo solitario.

 

El tranco se hace lento y la cabeza le recuerda, que entre los cigarros de anoche, el tubo de tinto y el jabalí refritado, no será justamente la más placentera de las recorridas. Pero nada, absolutamente nada se parece a las horas de quietud y soledad, “más vale andando que mateando”, se convence para si mismo.

 

Un puestero, el caballo, un perro, cosas que pasan. Triste historia y peor final, para estos pequeños héroes anónimos de cada día. Muchos de ellos en el total anonimato, en la desolada ausencia de algún rancho de chapa, en la insignificancia de un hombre solo que como muchos, son parte de lo más profundo de nuestro campo Argentino.

 

Cuántos “Sixtos Garcés”(*) habrán quedado en el camino, cuantos otros están en este momento preparando el caballo, porque es domingo y si bien es día de descanso, sin recorrida las horas son eternas. Cuántos puchos, cuántos perros, cuántos caballos, cuanto campo, pero sobre todo, cuántas horas, para cuando la soledad no tiene teléfonos, no tiene luces, menos televisores y apenas con suerte, una radio por compañía.

 

Todos hemos conocido muchos, todos hemos pasado algunas horas mateando, todos nosotros hemos recibido algún pedido, algún favor del pueblo, algún mandando de encargue. Por eso siempre que puedo me tomo un tiempo, me gusta sentarme a comer con ellos, me tienta por un instante robarles las muchas horas de silencio que la vida, el campo y el trabajo les han otorgado. Pero muchos de ellos, no sabrían vivir de otra manera, no podrían vivir de ruidos y tantas palabras, no entenderían porque el horizonte se termina tan rápido.

 

Puesteros y horas eternas, un matrimonio que nace por necesidad, persiste generalmente por elección y muere generalmente, por cuestiones y misterios que la vida, elije según distintos destinos. Puesteros, no los dejes con apuro, no les mezquines tu tiempo, el de ellos, es definitivamente, infinito.

 

(*) Sixto Garcés fue encontrado muerto junto a su perro y su caballo en los incendios del Hoyo y El Maitén.

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