El último de la fila

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

En qué momento fue que nos acostumbramos? Cómo fue que pasó y no hicimos nada? La anestesia es algo que ocurre mientras estamos despiertos, pero es voluntaria, posee una aceptación, tiene un fundamento. Sin embargo en nuestra Argentina las cosas ocurren y como si fuera una película ajena, miramos cómo pasa, sin oponernos más allá de alguna tibia protesta.

 

Hay hechos que sin dudas en la comparación de la gravedad de nuestra situación país, poco parecen significar. Que un centenar de pibes fundamentalistas, que decenas de políticos, actores y sectores acomodados, “se adelanten en la fila”, para muchos es parte de la viveza de criolla y no mucho más, insisto, en la gravedad de una Argentina acéfala, no debería tener mayor significado. Pero claro, esa vacunación Vip, puede significar la vida de alguien que realmente necesita su vacuna, debería ser la prioridad de un gobierno que se rasgó las vestiduras durante un año, “cuidando la vida de los Argentinos” y que no piensa en la justicia a la hora de ver cómo muchos de los propios, poco les importó la vida de los Argentinos.

 

Pero en este poco reactivo país, situaciones como las de “Arrebef”, ocurren a diario, desde este espacio gritamos a los cuatro vientos, el secuestro extorsivo de Puertos, rutas, camioneros, acopiadores, exportadores y productores, para que nadie haga absolutamente nada. Los sindicatos y gremios han pasado a ser, los dueños de las cosas, como si las empresas, los negocios, los riesgos, fueran algo que solo ellos pueden decidir, no hay justicia capaz de poner en su lugar las cosas, más aún con un gobierno preocupado por quedar bien con todo el mundo, mientras que todo el mundo la pasa pésimo.

 

Así entonces los sectores más necesitados, se encuentran en la peor de las crisis de desempleos, el sector privado vive una carrera de despidos sin final, a sabiendas de que hoy el peor negocio de la Argentina, es tener empleados. Ya no importa la escala, uno o diez, ser patrón es ser el enemigo de alguien y a la vez, ser el perdedor de un despido, de una indeminización y de un juicio. Por qué? Por que sí, porque así lo vive nuestra justicia, adoctrinada por años de camperas de cuero y matones a sueldo.

 

Hay una pesada herencia que muchos empresarios comenzaron a vivir y sufrir en carne propia. Es una herencia que no tiene gobiernos, tiene un solo nombre y apellido: injusticia laboral. Así como Hugo Borrel, empresario dedicado por siempre al negocio frigorífico, tal vez un día entendió que no tenía sentido. Que todo lo construido, lo trabajado y lo emprendido, no era más que un enorme ancla, heredable a su familia y a sus hijos, ese es gran parte del capital sucesorio que muchos padres en estos tiempos, van a comenzar a sentir que dejarán. Problemas, millones de pesos regalados en juicios y despidos ridículos, cuando el mundo funciona con seguros de desempleos y no con una carga donde ni bien abriste la puerta de tu negocio, tus empleados tienen más derechos que vos mismo, que sos el que bancas el sistema, el que les da vida y el que permite que la asociación ilícita llamada sindicalismo o gremialismo como se vive en la argentina, exista.

 

Pero como toda mafia, tiene un jefe, y ese jefe, es el estado. No me creen? Desde el mes de Diciembre el principal Banco estatal, llamado Banco de la Nación Argentina, creó un castigo para aquellos que estén inscriptos en la Afip como productores de trigo o de soja, más allá de que no tengan un solo grano encima. Ser productor de trigo o de soja, significa tener penalización en las tasas de créditos, porque el Estado cree que son quienes deben liquidar por capricho gubernamental y esa sola inscripción los categoriza como indeseables.

 

No hay duda, hay una pesada herencia en la Argentina: ser empresario de un Estado enfermo. Tal vez cuando se llene de ejemplos como el de Arrebef y muchos padres entiendan que no hay nada peor para sus hijos que heredarles una empresa en este país, tal vez allí, toquemos fondo y en el fondo, empecemos a poner a muchos políticos, en el único lugar donde siempre debieron estar: en el último lugar de la fila.

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