El más caro de todos

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

“La carne está cara”, es el latiguillo que una y otra vez te quieren vender. Esta histórica sentencia, nace del más complejo y absurdo pensamiento a la hora de adjudicarle a un producto un estigma, que es absolutamente ajeno a la generación del mismo. 

 

En el corral el “removedor” agita la bolsa y los novillitos se mueven recorriendo los límites establecidos por las tablas dispuestas. El martillero invita a los compradores, “hay 150$? 148?145$ ahí piso, no me busquen más abajo, miren que terminación, hay 150$? Vuelve a repetir en la búsqueda de su máximo valor. De repente Rodriguez muestra 5 dedos y la puja comienza: “145 y va abierto, 146 para Sur. Me dijiste que si? Hay 147, 148, 149 y 150, recién ahí está abierto, dame uno más y lo bajo”, apura el martillo. “Hay 150, uno, 150 dos, 150 y baje!”, “buena compra” sentencia el martillero mientras la camioneta avanza hacia el próximo lote.

 

Quién dispuso el precio? Donde está el sector especulativo? En qué momento alguien determinó qué debía pagarse? Cuándo el martillero produjo el precio? La respuesta es, nunca, nadie, ninguno, simplemente algo llamado mercado. Existe un precio de referencia que se establece en la libre oferta y demanda, hay un operador que está dispuesto a pagar por determinada categoría y calidad y en esa puja entre partes, se determina un valor, que minuciosamente alguno de los que operaron, calculó en la previa en base a sus costos, ganancia, recupero, etc. Habrá comisiones, habrá fletes, habrá Iva. Habrá un frigorífico que números más o números menos, aplicarán sobre la media res. Esa media res irá a una carnicería, donde un propietario, un inquilino, un mostrador o un supermercado, agregarán a sus costos, sus insumos, sus sueldos. Y en todos y cada uno de ellos, hay impuestos. Desde que el ternero nació, mientras crece- como si un árbol creciendo fuera algo productivo- porque se aplican ganancias sobre un ternero que está parado sobre un potrero, aún no generando nada y se aplican ganancias, sobre la venta, donde recién ahí las genera. Desde el suspiro hasta tu boca en el plato, el Estado se lleva gran parte del precio que se ha pagado. El mismo estado que repite el latiguillo.

 

“La carne está cara” repite el propio estado sin pensar un segundo, que no hay nadie que determine qué es lo que salen las cosas, o si, el combustible por ejemplo, impulsado por el estado. Caro o barato, es lo que nosotros estamos dispuestos a pagar. Eso se llama, aprender a consumir. Si está caro, no consumas, si no consumís, será más barato. Pero nos enseñaron desde siempre, a comprar a cualquier precio y si ese precio no está a la altura de tu bolsillo, entonces protestamos: “está caro” repetimos como autómatas.

 

Hay un bolsillo para cada producto y nadie, te obliga a consumirlo. Y si bien es cierto que hay productos y necesidades básicas, es un problema del Estado y no de los particulares, ponerlo a su alcance. Entonces, si ese Estado que se lleva gran parte de todos los productos en impuestos, cree que determinado producto debe subsidiarse, está perfecto, que sea el Estado quien lo subsidie y de ninguna manera un particular, que invirtió, que arriesgó, que paga sus impuestos, que genera trabajo, que produce riquezas y que encima, tiene que lidiar con la estupidez ideológica, en donde ciertos productos, tienen que ser para todos a cualquier precio.

 

Hay un estado voraz, ineficiente, corrupto y que reparte ideológicamente lo que recauda, porque en ningún momento, lo hace en base a necesidades (para mayor claridad de este concepto, ver vacunaciones Vip, fin de la discusión de cómo se reparten las necesidades), Por eso, la próxima vez que algún sin cerebro repita que la carne está cara, no te le unas, simplemente contesta: “lo único caro en este país, es el Estado”.

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