Pronto volveré…

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Cuando estén escuchando esta columna estaré ya en viaje a Bahía Blanca. Queda en el campo familiar de Córdoba el recuerdo emocionado del querido Quelo, mi suegro, que quién sabe que tropa de vacas del cielo estará arreando junto a su amada esposa Edicta y a su inseparable “Tiki”, el perro que se fue un año antes abriendo el camino de la eternidad.

 

Esta vez, no hubo la clásica despedida de Quelo, diciendo: “¿Cuándo vuelven?”, aunque cuando traspasé la entrada sin tranquera, repetí por lo bajo: “Pronto, Quelo. Pronto volveré”.

 

La vida continúa. Y allí, en ese establecimiento de campo, la vida se abre paso con Nano, mi cuñado; con mi esposa Mirta que quedó terminando trámites obligatorios, y con la familia del querido Koki Carrizo, que llegó de la zona de El Cano, en las sierras cordobesas, cuando tenía 20 años y aquí se aquerenció, se casó con Patricia y tienen dos hijos, Franco y Gastón, ambos estudiantes en una escuela agrotécnica salesiana y muy guapos a la hora de dar una mano en la quinta o en las tareas que impone la cría de porcinos y de gallinas ponedoras.

 

El auto enfila el camino rural que ya he gastado en este mes y medio de caminatas. Conozco cada bache, cada bordo y dónde está parejo. Muy temprano y cuando el sol comenzaba a declinar, salía acompañado de mi fiel compañero de ruta: el “Tutuca”, un cachorro muy inteligente y presto a aprender todo lo que se le enseña. Ya me lo imagino saltando y feliz en un mar de soja o buscando la salida entre los maizales, tras haber perseguido algún cuis.

 

Los teros revolotean y practican sobrevuelos amenazadores, lejos del nidal que mantienen oculto vaya a saber dónde. Miro por la ventanilla y pienso que el gobierno hace la del tero, aunque no sé si por impericia o a sabiendas. Grita por izquierda y opera por la derecha. Embarulla todo como para tapar sus verdaderas intenciones.

 

En fin, días de campo que no se van a borrar de mi memoria. Hubo cariño y afecto acompañando la despedida de uno de los más antiguos hombres de campo de la zona de Puente Los Molles. También momentos de solaz, disfrutando de la naturaleza y momentos de intimidad familiar, recordando con amor a los seres queridos.

 

Miro nuevamente hacia atrás antes de subir a la ruta pavimentada que conecta con la autovía que concluye en la ciudad de Córdoba, y vuelvo a murmurar: “Pronto, familia. Pronto volveré al campo”.

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