La educación en una tardecita de campo

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Así como las mañanas en el campo son maravillosas, porque alientan la esperanza de una nueva jornada llena de desafíos; también las caídas de sol en el campo son maravillosas, pues invitan a la lectura, la reflexión, al análisis, y a la tranquilidad del deber cumplido, de objetivos concretados con esfuerzo. En otras palabras, saber que nos hemos ganado el pan con el sudor de la frente.

 

En estas tardecitas de campo, previo a la caída del sol, es cuando me detengo en la lectura de algún libro o de un periódico, lápiz en mano, como para subrayar aquellos párrafos que resultan interesantes no sólo para mi cultura sino también para la reflexión.

 

Y en un diario de esta provincia mediterránea me encuentro con un artículo de opinión del doctor Eduardo Omar Capdevila, ex ministro de Gobierno provincial, cuyo título enseguida me llamó la atención: “Los bombardeos y nuestra educación”.

 

Destaca que, durante la Segunda Guerra Mundial, a partir del invierno de 1943, los aliados efectuaron 15 mil bombardeos masivos sobre Alemania, arrasando con pueblos y ciudades completas. Sin embargo, la actividad en las escuelas alemanas fue casi normal, jamás se interrumpieron las clases, y lo único que ocurría con frecuencia era el cambio del lugar donde se dictaban a consecuencia de la demolición de los edificios por las bombas.

 

Comenta que Hans Moser, un joven de 15 años, que vivía en la Alta Silesia, y estaba a cargo de un cañón antiaéreo, describió en su diario durante esos días: “Entre un ataque y otro, con mis camaradas tenemos que hacer los deberes y asistir a las clases que ahora se dan en el barracón de la batería. Hace varios días que no tenemos el medio litro de leche que nos venían dando. Los barracones están helados y cuando no estamos en clase hacemos las tareas escolares, jugamos al ajedrez y leemos alguna novela”.

 

A continuación de este pasaje del diario de Moser, el doctor Capdevila reflexiona que “es habitual leer y escuchar sobre el llamado “milagro alemán” y atribuirlo al puente aéreo de Berlín y al Plan Marshall, pero estas y otras medidas no hubieran sido eficaces si Alemania no hubiera contado con una población educada e instruida, apta para abordar la reconstrucción de su país, para lo cual fue fundamental no descuidar en ningún momento ni dejar de prestar el servicio educativo por ninguna razón, ya que ni los masivos y demoledores bombardeos de sus pueblos y ciudades fueron capaces de hacer cerrar las escuelas y suspender las clases”.

 

Se torna más reflexivo cuando señala que “toda nación comprometida con su desarrollo y progreso y con el bienestar de sus habitantes, tiene como propósito básico, irrenunciable y despojado de todo avatar circunstancial o político, la educación de la mayor calidad y excelencia de las nuevas generaciones”.

 

Sin embargo, observa el doctor Capdevilla que “la mayoría de los argentinos han tomado con la más absoluta naturalidad que durante un año no haya habido clases en el país y que los niños y jóvenes se hayan alejado de la escuela y de la universidad. Ahora, en vísperas del comienzo del nuevo ciclo lectivo ni siquiera se sabe qué ocurrirá y tenemos un ministro de Educación que dice muy suelto de cuerpo que su “objetivo es que en marzo vuelvan las clases presenciales”, pero que ello “depende del cuidado que la gente tenga ahora”, lo que en nuestro país la educación sigue condicionada y dependiendo de algo, como lo viene siendo desde hace años”.

 

Enseguida, este destacado abogado sentencia que “un país cuya educación depende de burócratas políticos y gremiales no tiene futuro”. Y tras otras importantes consideraciones concluye que “Hans Moser vivió el infierno de la guerra, pero ni siquiera entre las bombas osaron con quitarle el derecho a estudiar, no permitamos que se lo quiten a nuestros hijos y nietos”.

 

Síntesis del artículo de opinión del doctor Eduardo Omar Capdevila, un cordobés que me aportó elementos de reflexión en una tarde de campo, cuando el sol comenzaba a ponerse en el horizonte, aunque siempre alentando la esperanza de un mañana con desafíos por concretar.

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