Dignidad

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Una de las sentencias del Padre José María Arizmendiarrieta, mentor de la ahora poderosa Corporación Cooperativa Mondragón, del País Vasco, en la que más de 80 mil personas tienen empleo de calidad en su condición de asociados, señala: “De lo que se trata es de saber si podemos vivir con dignidad, y vivir con dignidad es poder disponer de nosotros mismos. En este aspecto no nos puede satisfacer ningún paternalismo, como tampoco nos puede complacer, como seres libres, ningún paraíso cerrado”.

 

Este pensamiento bien vale para darnos cuenta lo que diariamente miles y miles de compatriotas vienen perdiendo: la conciencia de su propio valor como hombres y mujeres de bien, y la conciencia de la dignidad del trabajo, dos pilares básicos para construir una República.

 

A ambas les asiste la educación. Sin ella perdemos la brújula del pensamiento crítico, también perdemos el rumbo de la comunicación, de la colaboración y de la creatividad. Sólo en este año que está a punto de terminar, la pandemia se llevó más de 40 mil personas, pero las aulas cerradas, el pensamiento único de muchos docentes, ya dejaron muchas desigualdades que se van a pagar muy caro en el futuro.

 

La dignidad es un valor casi en desuso en nuestro país. Para investirnos de dignidad se necesita de coraje sereno y firme; el coraje de y saber decir que no. El coraje de aquel labriego español -que comenté hace algunos años en este mismo espacio-, aparcero de un poderoso propietario rural, que le pedía el voto para las próximas elecciones legislativas en las que él se presentaba como candidato a Diputado a las Cortes. Ante su negativa, el propietario le advierte que su actitud puede perjudicarlo. Y el labriego le contesta: “Señor, en mi hambre mando yo”.

 

Esta nostalgia por el coraje sereno y seguro de este labriego español, flota sobre nuestra actualidad, cuando vemos miles de personas que son arreadas como manada a las concentraciones, por un choripán y una cerveza, o por miedo a perder el subsidio social.

 

Recuerdo a muchas familias de mi pueblo, trabajadoras, dignas, que aquilataban valores espirituales hoy casi olvidados: el desinterés, la honestidad, el honor, el valor de la palabra, el estoicismo ante la adversidad. Ahorraban de lo que no tenían, y así brindarnos la posibilidad de educarnos para superarnos. No era algo excepcional, pues esos valores sobrevolaban en la mayoría de esas personas.

 

En el seno de esa sociedad me crie, y por eso me rebela la idea de continuar asistiendo a esta farsa en la que estamos conviviendo y donde los valores son pisoteados por aquellos que deberían ser estadistas y no son más que bufones de sí mismo, creyéndose sus propias mentiras. La pandemia de Covid-19 es un poroto al lado de esta epidemia de tilingos, que desde el poder se han constituido en un peligro mortal para el resto de la sociedad.

 

Las Fiestas están a la vuelta de la esquina y no hay nada que festejar. Nos debería dar vergüenza -otro valor perdido en la vorágine de esta época- y hacer una introspección en búsqueda de nuestra dignidad. El día que la asumamos, seremos libres, nos educaremos, tendremos pensamiento propio, nos valdremos por nosotros mismos y no dependeremos de hombres providenciales. A partir de allí, podremos aspirar a reconstruir la República.

Escribir comentario

Comentarios: 0