Pan y circo

Después de otra semana loca, desplegada en nuestra querida y permanentemente mancillada Argentina, siento que -salvo un milagro- las posibilidades de vivir en una República están cada vez más lejanas y se escurren como arena en las manos.

 

Me duele y pone a prueba mi paciencia ver tanta ignorancia a nuestro alrededor, producto de una intencionada mala praxis en aras de salvar lo individual por sobre lo colectivo.

 

Estamos perdiendo el rumbo en medio de un mundo en permanente cambio, y, lo peor es que nos seguimos mirando el ombligo, como si el planeta dependiera de nosotros. No hace mucho comenté en esta misma columna la respuesta del premio Nobel de Literatura, Jacinto Benavente, cuando le preguntaron que pensaba de nosotros, los argentinos, y éste lanzó un enigmático acertijo: “Armen la única palabra posible con las letras que componen la palabra argentino”. Cuando se la descifró, la única palabra que se podía construir con las letras de argentino era “ignorante”.

 

La verdad molesta, duele, pero en el fondo siempre hemos elegido el camino rápido del ego y venimos desechando desde hace más de 70 años el largo camino de la sabiduría. Siempre estamos retrocediendo y buscando el envión que nunca llega, porque no nos gusta hacer el esfuerzo de superarnos y no volver a repetir las amargas lecciones de la Historia.

 

La política se ha instalado en la época de las glorias de Roma, cuando era importante mantener al pueblo ocupado con pan y circo. El único inconveniente es que al pan y al circo lo pagamos aquellos que tributamos religiosamente nuestros impuestos y en cada uno de ellos dejamos mucho más que el sudor de la frente.

 

Mientras, se sigue desarmando, producto de la decadencia, la educación, la salud y el trabajo genuino.

 

El profesor Yuval Noah Harari señala en sus “21 lecciones para el siglo XXI” que “muchos pedagogos expertos indican que en las escuelas deberían dedicarse a enseñar ‘las cuatro ces’: pensamiento crítico, comunicación, colaboración y creatividad”. Es más, en otro párrafo indica: “Para estar a la altura del mundo del 2050, necesitaremos no solo inventar nuevas ideas y productos: sobre todo necesitaremos reinventarnos una y otra vez”.

 

Por el contrario, los sindicatos educativos y los políticos de nuestro país piensan y actúan para que nuestros niños, adolescentes y jóvenes se nutran ideológicamente con fórmulas ya probadas y fracasadas. Esas ideologías, por supuesto, no hablan de aprender, desaprender y reaprender.

 

Acerca de la salud, la pandemia de Covid-19 ha desnudado a nuestro sistema, mostrando a médicos y personal de enfermería trabajando en condiciones deplorables, con magros salarios y, en muchos casos, desprotegidos de los materiales que hacen a su cuidado, y donde los ciudadanos -sacando de donde no tienen- han colaborado para proporcionarles tales elementos.

 

Y del trabajo, sólo basta ver sindicalistas ricos en medio de trabajadores empobrecidos, para denotar la realidad que nos asiste. Sindicalistas que no ven más allá de su propia ideología, que se cierra en repetir frases y acciones del siglo pasado e incluso de fines del siglo XIX, como si en lo que va del siglo actual no ha cambiado nada y la Inteligencia Artificial no existiera. Ningún sindicalista asume que en el futuro cercano ya hay profesiones que tienden a desaparecer y, con ellas, su propio trabajo de representación sindical.

 

En fin, mientras tanto, nuestra Argentina convertida en aquella Roma Imperial, sigue con su pan y circo, y quienes tienen el poder han dejado sin trabajo a quien les debería repetir al sostener su corona de laureles por detrás: “No olvides César que eres mortal”.

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