La pandemia más temida

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

“La verdad ya estoy cansado papá, se me fueron las ganas”, me dijo hace apenas una semana, mi desilusionado hijo, harto de zoom, de tareas, de charlas de wasap, de explicaciones “de mamá”, de deberes sacados de google. Doy fe, Lucca siempre fue fanático de la escuela, el primero en levantarse, siempre llegar sonriente, abrazar a sus maestras, tener deberes al día, estudiar a su manera, con sus florecientes 11 años.

 

Sin embargo su hartazgo me confirmó la peor de las sospechas: lo hecho con los chicos de nuestra sociedad, para muchos puede no llegar a tener remedio. Y realmente, es culpa de todos y de cada uno de nosotros, por mansos, por sumisos, por no hacernos cargo del futuro de un país, que cada día parece más lejano.

 

Así soportamos la guerra de la salud vs la economía, los pro-cuarentena vs los otros, si el turismo y si el dólar, si el gimnasio o los restaurants e inclusive se discutió de peluquerías, pero el banco, los grandes supermercados y los basureros, siempre fueron imprescindibles. La educación no.

 

Seguramente el listado de razones comenzará, con la cantidad de chicos que se juntan, con lo difícil que es que no tomen contacto, con los docentes expuestos, con los gremios pegando el grito en el cielo, con las bondades de la tecnología y con las mil excusas para que de ninguna manera, alguien en este país se eduque como corresponde.

 

La formación en un chico o en un adolescente, va mucho más allá de una cuenta matemática o de un acento en las “ies”. Se trata de relacionarse, de entender al otro, de escucharse, de debatir, de jugar, de reírse de las pavadas que haya que reírse, de aprender juntos, de crecer, en definitiva, de vivir. Pero en nuestro país, se puso mucho más énfasis en la muerte que en la vida, como si la primera no hubiera existido anteriormente y que ahora que somos expertos contando muertes por una única razón, el resto hubiera dejado de existir.

 

Hoy parece que todo lo relacionado a la educación, estuviera atado a la pandemia. Con esos mismos chicos que están en parques, abarrotan las plazas por las tardes, pasean por la calle, o sus pares adultos que van de compras, hacen cola en el banco, ni que hablar de los millones de hijos de los que fueron al día de la lealtad, o los que el otro día saltaban abrazados festejando el día de la militancia o los que marchan porque hay que marchar y van amuchados en un colectivo. Sus hijos, no se contagian? Y si no se contagian, cuál es el motivo real por lo cual no hay clases en la Argentina?

 

Tardamos 9 meses, un embarazo para que al menos se junten 7-10 pibes en el patio de la escuela, solo los de sexto grado y los de sexto año, porque claro, somos sensibles y al menos queremos sentir menos culpa. O porque tal vez, para hablar de educación primero hay que hablar con un panzón, barbudo e impresentable, que jamás pisó un aula y como ellos mandan, nuestros hijos, nuestros docentes, nuestra educación es rehén de un sistema perverso, que tiene más sindicatos que dirigentes.

 

Por qué no hacemos una compulsa y que los docentes que quieran dar clases, que las den! En qué país queriendo laburar, no te dejan? En qué lugar del mundo es más importante abrir bares o playas que escuelas? Solamente acá y no me vengan que en Kualalumpur tampoco o que en Mónaco las maestras ganan mucho, porque si ganan poco acá, es porque tampoco los docentes jamás se enojaron con sus propios gremios – y no con el gobierno de turno- y dijeron basta de intermediarios, de secuestradores, de tipos a los que realmente les importa un pito, que un pibe se eduque.

 

Argentina no tiene futuro, pero no lo tiene porque sus políticas no lo quieren. No hay mejor presente, que un esclavo sometido. La culpa es mía, es tuya y es de todos nosotros, por permitir, que le hagan esto a nuestros hijos.

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