La encrucijada de Rubén

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

El siempre recordado Ernesto Sábato alguna vez escribió: “En el vértigo no se dan frutos ni se florece”. Por eso, hoy hago un alto en el camino para recordar a un gran amigo que hace un año nos dejó terrenalmente, aunque perdura en cada variedad de trigos ACA que aun se siembran en buena parte de nuestro territorio nacional, especialmente en este sudoeste bonaerense, y en algunos países del mundo.

 

Como el capitán Nathan Algren, interpretado por Tom Cruise en el film “El último Samurai”, podría decir que del ingeniero agrónomo Rubén Miranda voy a intentar hablar sobre cómo vivió y dejó un importante legado en el mejoramiento de los trigos argentinos.

 

Se me ocurre que nunca podría haber abrazado otra profesión que la de estar vinculado íntimamente al campo. La historia familiar de Rubén, ligada ala chacra paterna de Colonia La Carlota, en la zona rural de Mayor Buratovich, lo fue llevando despaciosamente hacia la carrera de ingeniería agronómica en la Universidad Nacional del Sur, donde más tarde y por tres décadas ejerció la docencia, jubilándose como profesor de la cátedra “Mejoramiento Vegetal”. 

 

Los caminos de la vida siempre nos llevan a encrucijadas. Si bien tenía un arreglo laboral con una empresa de agroinsumos previo a recibirse, la posibilidad de una beca de formación en el INTA Hilario Ascasubi fue más fuerte. Y fue allí donde conoció al ingeniero Hans Aage Olsen, un técnico dinamarqués que venía trabajando en el mejoramiento de trigo en Argentina desde 1927 y había sido el creador de las famosas variedades Vilela Sol y Vilela Mar, entre otros logros.

 

Ese fue un punto de inflexión en la vida de Rubén y que le hizo tomar el camino correcto que lo llevaría a fundar, junto a Olsen, el Criadero de Cereales de la Asociación de Cooperativas Argentinas. El 26 de mayo de 1976 inician los trabajos del primer campo experimental en un predio cedido por el productor Arturo Muzi, aledaño a la localidad de Cabildo. Dos años después, los cruzamientos son trasladados al campo donde actualmente está emplazado el establecimiento de investigación.

 

Su tarea de investigación y desarrollo le permitió conocer al doctor Norman Bourlaug, premio Nobel de la Paz; estar trabajando y estudiando en el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo, en México, asistir a conferencias internacionales y tomar contacto con numerosas universidades y centros de investigación, para así intercambiar material genético y conocimientos. Por su trayectoria, la Fiesta Provincial del Trigo de Tres Arroyos lo hizo merecedor de la “Espiga de Oro”.

 

En esas lindas charlas que teníamos todas las semanas, cuando pasaba por las oficinas de la Sucursal Bahía Blanca de ACA, café de por medio, nos fuimos conociendo y forjando una amistad, a la vez que conformando un archivo de los avances en materia de mejoramiento genético del trigo. Ya retirado y un mes antes de su desaparición física, me dijo: “El Cooperación Nanihué fue una de las variedades que se difundió mucho, pero el caballito de batalla que nos lanzó en mejores condiciones al mercado fue el ACA 303. Tras 20 años de generar materiales y seleccionarlos, pudimos poner en manos de los productores una variedad que nos permitió ganar su confianza. A partir de allí, nuestros materiales comenzaron a ser conocidos y premiados”.

 

Junto a su equipo de trabajo en el Criadero de Cabildo -no quiero nombrar a sus integrantes por miedo a olvidarme de alguno- el querido Rubén siempre tuvo la premisa de que los trigos que salieran de ese establecimiento debían tener calidad, por sobre todo.

 

Su presencia y su palabra eran muy valoradas en la Comisión Nacional de Semillas, en representación de Coninagro. Como también lo era en cada Cooperativa o entidades del campo, cuando se presentaba en cada inicio de campaña fina a disertar sobre la oferta varietal.

 

En aquella última entrevista que le realicé me deslizó sus sentimientos sobre lo que había sido el camino elegido en aquella encrucijada que le puso la vida en 1973. Dijo, con la humildad que lo caracterizaba: “Encontré el trabajo adecuado y me adapté a esa labor. Quizá podría haber sido más eficiente. Mi capacidad me dio hasta ahí, pero conseguimos hacerlo funcionar. Me retiro conforme. Tuve la suerte de haber tenido un equipo de lujo y que ha trabajado a destajo. Es probable que haya sido exigente hasta el último día de trabajo, pero también estoy seguro, que es una línea que continuará porque el Programa Trigo no admite descansos cuando se quiere llevar trigos de calidad a los productores”.

 

En un mes y medio más estaremos cosechando un mar de trigo. Muchos de ellos llevan inconfundible sello, producto de esa encrucijada que la vida le otorgó a mi querido amigo Rubén Miranda.

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