El origen de todas las cosas

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Para los estudiosos de la etimología, la palabra madre es tan antigua como el propio idioma. Su origen del latín, Mater, sus cientos de acompañamientos, desde los más primitivos Alma Mater (madre nutricia) locución usada en la Antigua Roma para describir a la diosa madre y, más tarde, a la Virgen María.

 

También hay otros términos, aunque con más influencia en el plano religioso y en las distintas denominaciones a la Virgen María, por ejemplo: “Mater Christi” (madre de Cristo), “Mater Dei” (madre de Dios), “Regina Mater” (Reina Madre), todos y cada uno de ellos, señalando la importancia de quien de una manera u otra, es el verdadero origen de todas las cosas.

 

Justamente, la Madre Tierra y su equivalencia como Diosa madre es un tema que aparece en muchas mitologías. La Madre Tierra es la personificación de la Tierra, generalmente además descrita en varias culturas como una diosa fértil, que representa a la tierra fértil; siendo también descrita en algunas culturas como la madre de otras deidades, en la que se las ve como patronas de la maternidad. Generalmente se creía esto porque la tierra era vista como madre de toda la vida que crecía en ella.

 

Sin embargo, el concepto de Madre Tierra últimamente trascendió la mitología. Las Naciones Unidas, a través de la Resolución 63/278 de la Asamblea General, reconoce la Madre Tierra como "una expresión común utilizada para referirse al planeta Tierra en diversos países y regiones, lo que demuestra la interdependencia existente entre los seres humanos, las demás especies vivas y el planeta que todos habitamos", y a su vez establece el 22 de abril como el Día Internacional de la Madre Tierra.

 

Por eso para quienes vivimos a diario en el ámbito agropecuario, en contacto estrecho con la naturaleza, muchas veces nos preguntamos: existe algo más poderoso que este mandato natural? Es algo único, irracional, profundo y a la vez, el más tierno sentimiento sin explicaciones en el  significado de la maternidad. Son tantas expresiones como especies en el mundo, cada una de ellas con sus particularidades, con sus estructuras, con la enorme capacidad de dar, de saber que no existe nada más importante en su vida, que ese pequeño que se mueve casi como una sombra junto a ella.

 

Cada parto, cada nacimiento, es dar vida, es creación, más allá de haberlo gestado, de haber compartido las propias vísceras, con ese pequeño ser saliendo al mundo. A partir de ahí nada será igual, su vida estará signada para “tutorear” de aquí en adelante el destino y el recorrido de esa vida por delante.

 

Lo vemos a diario, lo vivimos a diario y hasta en la tierra lo palpamos, con raíces que son madres de futuros cultivos, arraigados a la tierra, perteneciendo a ella, con semillas, flores, granos y frutos que nacerán desde el propio seno de una planta. En cada vida, hay una madre detrás.

 

Hay madres rodeando cada uno de nuestros días, de nuestros pequeños momentos, de nuestra propia vida. Porque justamente, hablamos de la madre naturaleza, en una de las tantas formas de entender que estamos aquí gracias a ella.

 

Por ello justamente debemos homenajearla, debemos alabarla, agradecerle, acariciarla y sobre todas las cosas, cuidarlas. De una y mil formas, a todas y a cada una de ellas, como estén representadas, en especies, en el suelo, en religiones, en el cielo o a tu alrededor. O de la manera más simple y sencilla si aún la tenés contigo: con un “feliz día mamá”, y un “gracias por darme la existencia” será suficiente, porque justamente así de grande es, que no necesita más que ese pequeño reconocimiento.

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