Retrato para unos pocos

Por Carlos José Bodanza - Mañanas de Campo

Es cierto, no lo vas a entender. No se trata de grietas, no es un idioma universal, ni siquiera es cuestión de plata. Raro no? Pero es así, no existe dentro de las pasiones algo parecido, a lo sumo –y vaya paradoja, casi todos vienen del ámbito rural – lo que más se asemeja podría ser el automovilismo amateur, el resto no habría manera de explicarlo.

 

Fue extraño, todo, absolutamente todo desconocido. No había corridas, poca adrenalina, pero siempre la pasión intacta. Así se vivió Bordeu este año, con relajo, con tranquilidad, con poca concurrencia, muchos entre los asustados por el miedo impuesto, otros por precauciones lógicas y otros tantos, porque entendieron que el negocio este año venía para otro lado.

 

Lo cierto que otra vez los cabañeros dijeron presente. Una vez más pusieron la otra mejilla y dieron plazos inauditos, metieron flete y seguramente si pedían algo más, decían que si, porque para ellos más allá de la venta final, nada se parece a los momentos vividos, dentro y fuera de la pista, porque en general las exposiciones y una jura, se vive desde que un bicho nació, hasta que la argolla de un bozal, aprieta sus ollares.

 

La cita era diferente, con tiempos para la admisión, con camas propias en muchos casos, con pocos animales para no andar corriendo, en eso que viven muchos con las juras amontonadas, en algunos casos con más de una raza y en otros, con más de una especie, sino pregúntenle al “ruso”, que mientras te sopla un toro, con la otra mano te acomoda la lana de los carneros. Si no existiera la previa, las charlas en los corrales, el mate, la cerveza, la picada, si no hubiera camaradería, sino tuvieran sueños, todos estos locos de la genética, no existirían. “Mirálo al Dani, ayer con el gran campeón y hoy con un borrego dandole una mano al vecino”, me dice un amigo mientras señala la pista de Corriedale y todos nos divertimos en este juego donde todos se ayudan con todos, donde la supuesta competencia muere como en ningún otro lado, afuera de la pista.

 

La pasión cabañera seguramente es un virus más peligroso que la más contagiosa de las pandemias. Es una enfermedad que una vez que está en la sangre, raramente sea curable, de echo suele ser hereditaria y hasta por generaciones. Resiste todo tipo de tratamiento, climático, político, económico y hasta dirigencial, porque más allá de lo que muchos puedan hacer para cada una de las razas, créanme que para el cabañero más chico, todo absolutamente todo siempre es cuesta arriba. No por llanto, como en otras donde lógicamente todo es plata, sino porque los esfuerzos, aquí se viven como en ningún otro lado, capaz el del tambero, por poner un solo ejemplo de quien puede pelearla como estos gringos.

 

Por eso entre ellos, los de la rural, por qué no las autoridades políticas y todos los que permitieron que Bahía Blanca tenga una muestra, han hecho de esta semana una semana histórica, porque quedarán por siempre las fotos de un jurado con barbijo, de una felicitación a los codazos, de lágrimas contagiosas, de juras por la web, de pocos festejos, trofeos y ágapes acumulados.

 

Seguramente tal cual lo dicho, será difícil de entender para muchos, pero la verdad poco interesa. Es imposible contagiar vida, cuando todos piensan en la muerte, como si fuera realmente lo importante, cuando si algo imposible de detener, es la llegada de la misma, el resto es cuestión de fechas. Por eso cuando nuestra vida pasa vacía de días, desnuda de pasiones, repleta de temores y sin un solo sueño por delante, estamos muertos, lo único que hacemos es respirar porque el aire es gratis.

 

En tiempos de un país sin alma, sin raíces, sin patriotas, el cabañero es el ejemplo de cómo se puede vivir siempre, abrazado a una esperanza. Más que nunca me aferro a una frase de una hermosa película y que alguna vez utilice para despedir un gran amigo, “no quiero que me cuenten cómo fue que murió ni de que, quiero que me cuenten y quiero aprender, cómo fue que vivió”.

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