Los Frégoli de la política

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Hace poco leí que, en 1896, para divertir a sus soldados en un alto de la aventura militar italiana en Abisinia, la actual Etiopía, el general Antonio Baldissera contrató los servicios de una compañía teatral. Los doce integrantes de esa compañía representarían una comedia cómica. Pero hubo un imprevisto, y los actores nunca llegaron al cuartel. Cuando Baldissera reunió a la tropa para comunicar la mala noticia, uno de los soldados pidió permiso para hablar. “Mi general -dijo-, me ofrezco para reemplazar a los actores”. Entonces, el general, para burlarse, preguntó: “¿A cuál de los doce?”, y la respuesta fue: “A todos…”

 

Aquel soldado se llamaba Leopoldo Frégoli y, por supuesto, cumplió satisfactoriamente con su objetivo. Frégoli fue un verdadero mito del travestismo escénico, pues buena parte de su fama se debió a lo rápido que era para cambiarse de ropa y, con ella, de aspecto. Era capaz de pasar de hombre a mujer, de niño a viejo y de aristócrata a proletario en pocos segundos. Por lo que pude informarme, este artista italiano anduvo por Argentina, como parte de una gira mundial del transformismo.

 

En buena parte del arco político argentino y, muy especialmente en el peronismo, encontramos a muchos Frégoli, haciendo travestismo con sus palabras, con sus promesas de campaña, con sus actos privados y públicos, con sus actos de corrupción, con sus cambios de ropaje ideológico, con sus engaños. Este travestismo político no es inocente y siempre ha dejado víctimas por acción u omisión, villas miserias, pobres por doquier.

 

Buena parte de estos travestidos hablan y acusan como si hubieran nacido ayer, como si nada han tenido que ver en los 10.235 días -el 72% del total de días constitucionales- que llevan gobernando a nivel nacional entre 1973 y 1976, entre 1989 y 1999, y entre 2001 y 2015, y en el nuevo gobierno que desde diciembre de 2019 rige actualmente. Ni les cuento de las provincias y municipios cuyos habitantes sufren este travestismo de familias o caudillos políticos que, a modo de feudo, ejercieron y ejercen este “arte” con miles y miles de gobernados, que sufren el Síndrome de Estocolmo o son rehenes de empleos estatales.

 

El travestismo también se observa en el avasallamiento de los poderes públicos, en particular la Justicia, para vestirse de víctimas cuando en realidad son delincuentes que no sólo han sido filmados contando el dinero mal habido, o tirando bolsos repletos de dólares a través de las verjas de un convento, sino que también ofician de testaferros de una familia que viene oprimiendo feudalmente a una provincia desde antes de que se reiniciara la democracia, cuando hacían pingües negocios con las medidas económicas dictadas por gobiernos de facto.

 

Travestismo es ejercer la honorabilidad de ser miembro del Congreso Nacional y despilfarrar el dinero de los contribuyentes en gatos que ofician de asesores o ser deliberadamente acosadores sexuales como un ex gobernador de Tucumán, ahora senador nacional, y un gran travesti que comenzó militando en la Unión Cívica Radical y por conveniencia pasó a ser parte, junto a su esposa, del Partido Justicialista. Muchos de los que hoy ejercen bancas en el Congreso tienen varios muertos en el placard y nunca deberían haber sido votados, pero la lista sábana todo lo permite.

 

Travestismo es el que manifiesta el ex juez de la Corte Suprema de Justicia, Eugenio Zaffaroni, con su doctrina jurídica que deja como resultado a muchos delincuentes y proxenetas en la calle y no en el lugar donde deberían estar. O cuando en la provincia de Buenos Aires se esconden cifras de muertes por Coronavirus y luego se culpa a la sanidad privada de no suministrarlos.

 

En los acontecimientos del 2001 miles y miles de personas expresaron: “Qué se vayan todos”, sin embargo, la mayoría de los travestidos políticos no sólo siguieron, sino que se dieron el lujo de disfrutar del máximo cargo del Poder Ejecutivo uno o dos días e incluso alguno, como Adolfo Rodríguez Saá, terminó recibiendo una pensión vitalicia, por haber estado ejerciendo la presidencia sólo una semana!

 

Con el perdón del original, en la Argentina hay muchos Frégoli paseando como Juancho por su casa, recibiendo el tratamiento de Señor o de Señora sin merecerlo. Y lo peor, que aun conociendo el pedigree, no lo hacemos a un lado. Hay que hacer sentir en carne propia el valor de la vergüenza. Ya muchos, en el corazón de nuestros hogares, nos cansamos de recordar hasta el tatarabuelo de cada uno de ellos. Tiempo más o tiempo menos, cuando la última gota colme el vaso, seguramente llegará el día de la colada, es decir, de desprendernos de la mugre que nos corroe.

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