El equilibrio tan buscado

Por Carlos José Bodanza - Mañanas de Campo

Su mirada habla de lejanía, lejos del frío el viento seco y cálido del sur bonaerense lo muestra con el cansancio a cuestas del largo viaje realizado. Horas de intentar entender qué es lo que ocurría, por qué semejante encierro por qué poder ver tan poco, cuando siempre el mundo le dio la libertad desde muy pequeño, allí en Guazú Cué, en tierras de Río Grande.

 

El sol pega de lleno y la majada pastorea tranquila, siempre alguna madre mira de refilón, sin confianza todavía en que sus pequeños corderos se acerquen a la bestia. El, con la mirada segura, se aleja del pequeño entendiendo que la oveja estará más relajada si toma distancia prudente y continúa su labor casi invisible a los ojos del paisaje.

 

De repente ladra y el campo retumba. A lo lejos un perro desconocido pasa por el camino vecinal y la majada entera se tensiona, aún desconociendo las habilidades que “Atahualpa” trae desde el vientre de su madre, Mota, una enorme y hermosa pastora de los Pirineos, que lo acompaño en sus primeros pasos allá en el criadero, donde en los corrales, ovejas y perros hicieron sus primeros días de vida, logrando aquella renombrada “Impronta”, esa huella imborrable de la que alguna vez un tal Konrad Lorenz –padre de la Etología-, jugó con gansos, haciéndolos prácticamente sus hijos al apegarlos desde muy temprano a su figura.

 

Es necesario encontrar un equilibrio, solo aquellos productores que conviven diariamente en el campo en su entorno natural, comprenden la importancia de cada una de las especies que componen el llamado hábitat donde obligatoriamente, debe existir un espacio para todos. Un lugar, donde el equilibrio, también debe comprenderse en especies que no poseen predadores y de la mano de la comida que el hombre proporciona en sus cultivos, han crecido desmedidamente, caso vizcachas, ñandúes y los extranjeros jabalíes, dañando y poniendo en peligro otras especies propias de cada lugar. Allí también, guste o no a quienes se dicen proteccionistas de cosas que desconocen, es necesario un equilibrio.

 

Por eso cuando los perros llamados “cuidadores” aparecen en escena, lo que verdaderamente están cuidando, es el equilibrio, no solo las ovejas. Gracias a ellos, en muchos campos ya no se persiguen ni pumas ni perros asilvestrados - estos últimos- deformación de una sociedad poco responsable, que es incapaz de entender que tener una perra y que esta se reproduzca, es un compromiso para siempre y que cada perro que salga hacia el ámbito rural deambulando, pone en riesgo a cientos de productores y ovejas, que luchan por el equilibrio tan deseado.

 

Tal vez en la memoria de “Ata” todavía estén los ojos llorosos de Cécile, quien estrujando su corazón perrero, frustró mil abrazos y caricias, sabedora de que imperiosamente la única jauría posible para el, deberían ser las ovejas. Poco sabe nuestro amigo de los enormes esfuerzos de Sebastián, armando artesanalmente una docena de caniles, con horas de carpintería, días de ingenio, pasión desplegada y la enorme incertidumbre si todo el esfuerzo, valdría la pena.

 

Llegó entumecido, es cierto y lógico, fueron casi 72 horas de viaje sin ver la luz ni probar bocado, más allá del agua a discreción. Nada que cualquiera de sus ancestros hace más de 10 mil años no hubieran pasado buscando y caminando decenas de kilómetros para alimentar a la jauría.

 

Bajo la cola, con timidez fue rápidamente a buscar su nueva familia ovejuna y rápidamente su actitud fue premiada por los lanares, ante horas de “escuelita” con papá Franco, mamá Mota y otros compañeros, que sus 8 meses graduaron en sus aprendizajes. Su libertad nunca estuvo en juego, las enseñanzas de sus pares, jamás fueron en vano. Los esfuerzos, la pasión y el cariño, mucho menos.

 

El Totoral, allá en cercanías de Lumb tiene una nueva figura entre sus veredeos y agropiros. Ya no hay temor de escuchar ladridos, justamente esos ladridos, son el nuevo equilibrio de productores amigables con el ambiente, en plena protección de la nueva ruralidad.  “Ahí anda don Atahualpa, por los potreros del mundo, por un ladrido por lanza, cuidando a los cuatro rumbos...”

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