Inocencia perdida

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Tal vez sea casual, esas cosas que tiene el destino de jugar con las fechas, con los afectos, con las personas. El día del niño y la partida del Turco Wehbe, es un meterse en el túnel del tiempo, es volver a aquellas épocas donde todavía –parafraseándolo justamente- te llamaban “a tomar la leche”.

 

La niñez nos marca a todos, de una forma u otra, nos deja con un sello inolvidable, ese que aún perdura en el beso de tu vieja, en romper el papel de un regalo, el cantar un feliz cumpleaños, el olor a tuco, el del abrazo de un amigo que hace rato no veías, en las mil anécdotas que están escritas en el libro imaginario de la vida, porque sin dudas están escritas ya que no hay manera de volver a contarlas sin acordarse cada uno de los detalles.

 

Por un rato siempre es lindo volver a ser un chico, como leí en un homenaje escrito al turco, “no hay sueño más grande en la vida que el sueño del regreso”, ese sueño que nos lleva a ver que por un rato, todo, absolutamente todo está bien. Estos días de tanta oscuridad, de tanta mediocridad, egoísmo, tanto payaso hablando, no hace más que hacernos extrañar hasta el alma, esos días donde todo era perfecto, algo que solo un niño es capaz de sentir, sin la inocencia perdida, esa que nos pega un puntazo en la frente y nos muestra las miserias del tiempo actual.

 

Eran tiempos donde los códigos sociales funcionaban, porque no solo todo eran leyes, sino que cada uno entendía que el otro, era sagrado. Dije el otro? Si, ese mismo que no tiene género, porque el profesor de “lengua”-para mi el inolvidable Santechia-, nos enseñaba a todos, que esa palabra era inclusiva, estábamos todos adentro de ella, porque las palabras no tenían género, no hacía falta la estupidez de nombrar a ellos, a ellas, a elles y al “arroba@” y a vaya saber cuánto idiota más haga falta para entender, que todos, incluye a la totalidad.  

 

Porque todos, íbamos a un acto de la escuela, íbamos algún 17 de Agosto a conmemorar a aquellos patriotas que se escribían con mayúsculas, no hacía falta un feriado puente, para que nadie recuerde la importancia de los hechos y unos cuantos asalariados, disfruten de que otro paga para que los millones de mantenidos por el estado, tengan su fin de semana largo y no estén en realidad pensando de que si existe un estado, un país y una república, es porque el infeliz que dio todo y murió en esa fecha - supuestamente hoy patria- , fue para que lo conmemoren, no para que se rajen de turismo.

 

No todo tiempo pasado fue mejor, nadie dice eso, sería desconocer los avances de la ciencia, de la tecnología, del conocimiento, pero no tengo ninguna duda que hemos retrocedido mil años, en cultura, en educación y como sociedad en su conjunto.

 

Recuerdos de tardes de radio, de tardes de fútbol, de soñar con una cancha llena, en aquellos relatos memorables de Victor Hugo o del querido Turco, mientras los sábados de facultad ya en la adolescencia, no había cita más importante que el otro rey de la palabra, un tal Alejandro Apo, que no necesitaba tampoco que le expliquen cómo acomodar un diccionario, siendo tal vez el tipo más recordado a la hora de “contar un cuento”. Quizás, esos cuentos, eran también hacerse niño por un rato, si alguna vez tuviste la suerte de que sentado en algún sillón, o a punto de dormirte, tus padres o alguna abuela, te hiciera soñar bien alto con un relato.

 

No tengo dudas, ser niños es ser mejores, la inocencia es la incapacidad de ver la realidad de los otros, es desnudar lo que a simple vista muestra un traje que no existe, ese mismo que vemos en un gran porcentaje de todos los políticos argentinos, que no dudan un instante en traicionar mil veces lo que prometieron y en pos del “modelo”, reírse de lo prometido ante el ciudadano que los votó.

 

Hubo un país mejor, no lo dudo. Pero fue de niño, fue de tardes pintadas, de fútbol de potrero, cómo decía el turco: “como caricia al cuore, sin golpes bajos y todas al ángulo”. A tomar la leche turco, gracias por tantos sueños compartidos….

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