Somos “enamorados seriales” de la República

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

En el acto del Día de la Independencia el presidente de la Nación afirmó que quiere terminar con los “odiadores seriales”. Confieso que cuando lo escuché, dije por lo bajo: “Se le habrá escapado, presidente”. Pero no es así. Eso es lo que piensa la máxima autoridad de la Nación.

 

Horas después, hubo una salida masiva, como en la serie “Walking dead”, no de zombies, sino de “odiadores seriales”, en muchas ciudades y pueblos del país esgrimiendo, junto a la bandera celeste y blanca, sus consignas, sus puntos de vista, aún cuando se está entrando en una fase delicada de la pandemia que azota al mundo en general y a nuestro país en particular.

 

“¿Qué es lo que sienten y piden los odiadores seriales?”, me pregunté, y, para no equivocarme, tomé el diccionario que siempre tengo a mano, para definir que es el “Odio”. Desde el “mata-burros” surgió: “Sentimiento profundo e intenso de repulsa hacia alguien que provoca el deseo de producirle un daño o de que le ocurra alguna desgracia”.

 

Ahí me cayó la ficha. Entonces, me dije, los “odiadores seriales” somos aquellos que sentimos un sentimiento de repulsa hacia aquellos que nos provocan un daño. Y esa desgracia está clarita como agua de tanque, porque hace mucho tiempo que la “casa de todos los argentinos” -nuestro país, sus instituciones y sus habitantes- viene sufriendo graves deterioros y quienes deben concurrir a mitigarlos, no lo hacen, se quedan con el dinero que le proveemos para que cumplan su misión y, encima, nos denigran riéndose en nuestra cara.

 

¿Por qué existen “odiadores seriales”? Por la ausencia de República. La tenemos, pero no funciona como tal, se la bastardea,  especialmente cuando se avasalla la independencia de poderes, por ejemplo, para sacar de la cárcel a ladrones de guante blanco y encubrir a exmandatarios que tienen las manos manchadas de sangre y de dinero mal habido.

 

Somos un país sin instituciones que sólo confía en la capacidad del caudillo. La fascinación hacia este tipo de figura pública y la notable sumisión a sus caprichos capitulando hacia él o ellos (porque hay provincias que se mueven como feudos) por necesidad, nos están llevando a no tener instituciones lideradas por hombres y mujeres probos, y libres de toda atadura al poder.

 

La ausencia de institucionalidad nos ha llevado a sufrir constantes excesos de poder, constituyendo en norma a los conflictos de intereses y en normalidad, reírse en nuestra propia cara de lo que logran hacer por encima o en contra de la ley.

 

Si no se tienen instituciones que le hagan el control y el contrapeso como exige la Constitución Nacional, a la sociedad no le queda otra que ganar la calle y expresar su repudio, como pasó el pasado 9 de Julio. Una inmediata reacción del poder fue buscar responsables, queriendo apagar con nafta su incompetencia, su corrupción, su desdén hacia las instituciones y a quienes son los que más tienen que cuidar: los ciudadanos.

 

Alguien dijo que es muy difícil hacer entender a personas ordinarias funciones extraordinarias. Es imposible que un zorro vigile y cuide a las gallinas. No está en su ADN.

 

En ese camino, el Congreso de la Nación debería ser la institución que nos representa a todos los ciudadanos. Sin embargo, los legisladores, generalmente no representan a nadie más que a ellos mismos; llegando muchos de ellos a sus escaños sin más preparación que la de ser “militante”, es decir, obsecuente del caudillo de turno.

 

Y, finalmente, la Justicia no puede estar peor. Tomada por asalto por funcionarios militantes o regida por magistrados que persiguen mantener su statu quo mirando para el otro lado o recibiendo algunas dádivas, ofrece un pobre espectáculo, alargando en el tiempo los juicios a personas del poder, escondiendo o disimulando pruebas irrefutables, o simplemente sacando de la cárcel a delincuentes y testaferros. 

 

Entonces, ¿Sabe señor presidente de la Nación por qué hay “odiadores seriales”? Porque nos están robando lo más sagrado: la República. ¡Ah!, y no somos “odiadores seriales”. Somos “enamorados seriales” de la República Argentina, nuestro país, al que hemos jurado defender aún a costa de perder la vida.

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