Un horizonte lejano

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Querido hijo, “te voy a contar un cuento”, de una bandera celeste y blanca que flameó  en el horizonte, que llenó de vida los campos, que se forjó con trabajo, que generó empleo, que se distribuyó en rieles y llegó bien lejos, uniendo kilómetros y kilómetros, generando estaciones, parajes, pueblos, ciudades. Una bandera que soñaron muchos, que por generaciones pensaron otro país, uno donde el celeste y blanco era el límite más buscado, donde la patria no tenía políticos, tenía patriotas.

 

“Te voy a contar un cuento”, mientras la densa niebla cubre el camino y la marcha se hace lenta, con especial cuidado en los cruces de “los vecinales”, donde la llovizna impide ver el “terral” que podría levantar un vehículo y no será la primera vez que en el medio de la nada- solo rodeados por alambres- alguien choque en la cruz de dos huellas.

 

Cardos por todos lados, alambres desarmados y las vacas ausentes durante kilómetros y kilómetros, son el paisaje poco pintoresco de la bruma que no despeja. Campos que muestran corrales abandonados, bajos ganaderos, lagunas y decenas de huellas que sin dudas tuvieron vida y poco a poco van topando contra alguna tranquera, truncando el desvío del que no conozca la zona.

 

 “Te voy a contar un cuento”, me queda resonando en los relatos de como en pocos kilómetros a la distancia, se enterraron varios puestos abandonados, buscando emprolijar años de destierro, con el avance de muchas empresas que no necesitan gente, que tienen máquina propia, que el alambre poco interesa y hasta la luz se dio de baja, como si fuera tan sencillo haberla llevado por kilómetros de la mano de alguna cooperativa vecinal.

 

Negar los cambios es de necios, nadie puede dudar los beneficios de una agricultura pujante y arrasante, pero la nostalgia no sabe de “razocinio”, no conoce explicaciones de porqué a la escuela rural le da pelea al cierre, del motivo de que el club que supo de grandes bailes y hasta equipo de fútbol, hoy es apenas un edificio de color sepia, que queda lindo en la foto, pero desnuda realidades de las que duelen.

 

La pandemia nos mostró que hay dos países bien marcados, esos donde salir da miedo, donde por primera vez te enterás quien es tu vecino, o que no te preocupa la falta de clases, total, en internet tenés todo. Está el otro país, donde ese predio que donó un abuelo para la escuela, hoy no tiene ni alumnos ni wifi y con suerte, señal de teléfono, ese mismo que con las fortunas que se lleva el estado en retenciones e impuestos, no devuelve absolutamente en nada, hacia el interior más profundo que vive desde siempre, como ciudadanos de segunda.

 

Quieren casas? Necesitan viviendas? Por aquí está lleno, abandonadas pero resistiendo estoicamente, porque no fueron construidas para zafar, fueron hechas con esperanza, con sueños y ojalá hubiera ganas de trabajo, de planes sociales dispuestos a arremangarse, a ganarse el mango, a producirse la propia comida, a ser dignos por un rato, eso que la política, les ha arrebatado.

 

“Te voy a contar un cuento”, continúa mi amigo, llevándome por huellas que transité mil veces en los relatos y que no me canso de transitar, aprendiendo en cada uno de ellos, que hubo una Argentina, mucho pero mucho más grande –siendo más pobre- que la pobre Argentina rica de hoy.

 

La niebla parece no querer irse donde me resuenan las frases de la zona, “todo tiene arreglo, menos el camino de La Angelita”, mientras aparece el asfalto y me dispongo a llenarme de paciencia, porque por aquí las autopistas no existen y al primer camión que me toque, tendré que relajarme y viajar a su ritmo, esquivando a la locura de intentar pasar a un vacío, que solo podría devolverme una sorpresa ingrata.

 

Por ahora la niebla no afloja, sigue cubriendo a una Argentina que a banderazo limpio -de a ratos- pareciera querer despejar. Hijo mío, quisiera contarte un cuento…

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