Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo
La izquierda, como la derecha, pueden ser fascistas, si cada una de ellas adopta sus métodos. Si ambas se mantienen coherentes con sus principios originarios, simplemente pertenecen al mundo de las ideas políticas y en ello no hay delito.
El fascismo, decía, es un método, una manera de actuar, una concepción que eleva la violencia al valor absoluto.
La acción directa, la movilización callejera y piquetera, la huelga salvaje, el asesinato, el atentado terrorista son métodos violentos que no reparan en miramientos de ninguna clase. El fascismo visceral es el que llevó la sangre al río en el siglo XX y sigue amenazando en el XXI. Como ayer, este método vive mimetizado, cambiando su vestimenta según la ocasión.
La raza, el nacionalismo, el futuro, los proletarios, los pobres, la revolución, la seguridad alimentaria han y siguen siendo la carnada de este impulso perverso. Siempre existe un laboratorio en cualquier parte del mundo y muy especialmente en nuestro país, para poner en práctica el método. Claro, con cierta sutileza, haciéndole dar la cara a idiotas útiles, pero pronto se enamoran del medio para someter o encuentran la excusa externa o interna perfecta para aplicar el procedimiento.
Hace un año estuve en España y al entrar en la lúgubre basílica excavada en la piedra de la sierra de Guadarrama, pude experimentar que el fascismo está latente en las flores frescas sobre las tumbas de Franco y de Primo de Rivera. Y me horrorizó enterarme que allí, frente a esos íconos del fascismo, ciertas familias que continúan comulgando esa filosofía hacen casamientos y bautismos.
Nuestro país no es un dechado de pureza. Aquí se realizaron golpes fascistas, hubo gobernantes que atesoraron y atesoran este método, acogió en su seno a muchos criminales nazis e incluso se les dio trabajo como asesores en el mismo Estado. También han llegado a estas tierras, fascistas de izquierda, a dar discursos multitudinarios a fascinados jóvenes que creían estar ante la quinta esencia de una revolución que aún tiene sumido a su pueblo en la pobreza, mientras que los jerarcas disfrutan de las mieles que le da el poder y el manejo del dinero.
El fascismo desprecia y despreció siempre, con distintos argumentos, todo el andamiaje y el mecanismo de las libertades democráticas. Sus votaciones, cuando existen, son unánimes porque no pueden permitirse discrepancias. Existe una exaltación al que ejerce el poder. Este método necesita un caudillo que no tolera la tibieza. Allí se alimenta el rencor y se venga el fracaso. En ninguno de los experimentos de este tipo, de derecha y de izquierda, se logró libertad, ni dignidad, ni mejor vida económica. La mentira es repetitiva: la propaganda tramposa persiste y los protagonistas de esas mentiras las repiten sin ponerse colorados.
En estos tiempos, la pandemia les ha venido como anillo al dedo. Hay muchos ejemplos en el mundo y en nuestro país, porque hay gobernantes y seguidores que les encanta apagar el fuego con nafta de 98 octanos.
Sepamos identificar a los fascistas de derecha y de izquierda. Se los puede descubrir a pesar de sus variados disfraces; se los puede olfatear por sus acciones putrefactas y de mal gusto; y se los puede identificar porque generalmente son -como dice Joan Manuel Serrat- “unos locos con carnet”.
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