56 días

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Con el de hoy, llevo contabilizados 56 días de aislamiento preventivo obligatorio.  No ha sido totalmente estricto, porque por buena conducta he tenido el beneficio de alguna salida transitoria al super de la Coope o a la farmacia, pero siempre bajo la atenta mirada y observando instrucciones estrictas sanitarias por parte de mi compañera de reclusión, que a mi regreso me llena de alcohol sanitizante de la cabeza a los pies y luego, con morbosa animosidad me manda a bañar, por las dudas.

 

Vuelvo a estos 56 días. No tengo reproches por estar encerrado y mucho menos cuando valoro mucho mi salud y la de mis prójimos. Este espacio temporal me ha permitido ordenarme más. Hacerme una rutina diaria con horas de trabajo, de media hora de siesta entre medio, de gimnasia, de lectura, de compartir tareas con mi esposa, de ocio frente a algún juego digital que sigo o a una película, de armar videoconferencias con los hijos y nietos desparramados entre Luján de Cuyo (Mendoza) y esta ciudad, y acomodar la biblioteca, no ha dejado tiempo para el aburrimiento. Es más, existen algunas jornadas en que no alcanzo a realizar todo. Y si el día está agradable, me siento en el balcón del departamento a mirar con detenimiento la vieja estación del Ferrocarril del Sud, con su imponente e histórica fachada más que centenaria.

 

También en estos 56 días he meditado bastante sobre nuestro destino como país, donde pienso que hemos sido y seguimos traicionados por nuestras emociones y por ellas a lo largo de nuestra historia. Nos cuesta mucho encontrar en la racionalidad los elementos que nos permiten entender nuestras circunstancias y plantear salidas razonables. No hemos sido capaces de elevarnos como sociedad, por el contrario, hemos ahondado las carencias afectivas cimentando fanatismos y odios.

 

Muchos hablan de cambios en la sociedad argentina a la salida de esta pandemia. No lo veo así. Me da la sensación de mayor exacerbada tendencia a la grieta que se venía construyendo. Me pueden anteponer los gestos solidarios que se han dado a lo largo y a lo ancho de nuestro país. Es cierto, no hay porqué negarlos. Han sido magnánimas maneras de expresión del ciudadano de a pie y de entidades y empresas que tienen un sentido de responsabilidad social desde siempre. Lo que no he visto es que la clase política y la justicia -existen excepciones- hayan estado a la altura de las circunstancias, y esto es lo que agranda la grieta. Durante estos 56 días siempre han estado corriendo el arco e insistiendo en instalar temas que nos atrasan y nos llevan a las décadas de la concentración conservadora de los años ’30, al populismo posterior al ’45 y a la lucha revolucionaria de los ’70.

 

En estos 56 días, al menos desde mi perspectiva, he advertido que es difícil definir lo que somos cuando no encontramos la brújula para guiarnos en este tortuoso camino que tenemos por delante. Este instrumento de orientación, que nos señala el norte magnético terrestre, simbólicamente, en nuestra vida ciudadana existe una brújula que nos debe marcar el rumbo como país y es aquella que no funciona con egoísmos imbéciles y que necesita del magnetismo de todo un pueblo trabajando en pos de ideales, valores y principios claros, acompañados por representantes políticos responsables y honestos.

 

En estos 56 días también he aprendido del padre Mamerto Menapace que “no tenemos en nuestras manos las soluciones para los problemas del mundo. Pero frente a los problemas del mundo, tenemos nuestras manos. Si en cada tablón de nuestro pueblo cuatro hombres o mujeres se comprometen en una siembra humilde, para cuando amanezca tendremos pan para todos. Si amamos nuestra tierra, que el mañana nos pille sembrando”. 

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