Fuera de línea

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

“El mundo se ha movido” reza una de las principales frases del libro La Torre Oscura de Stephen King, maestro de las novelas del terror. Una vez más la realidad supera largamente la ficción y vemos como las grandes capitales, caen a los pies de un microscópico virus que ha venido a ponerle banca a nuestra especie y se divierte con ella, desnudando cuán sensible somos ante la más mínima invasión y el grado de pánico en el cual podemos someternos, en el momento que nos enteramos de que somos proclives a enfermedades y hasta para muchos la sorpresa pasa por enterarse de que somos sensibles a la muerte. Vaya paradoja, en este día que celebramos la muerte y la resurrección

 

Lo resalto por si alguno lo paso de largo: nuestra especie -como otras que también coloniza la familia del Coronaviridae- es la única que ha tenido que arrodillarse ante el reinado del Covid, el resto retoza libremente conviviendo desde siglos con el pequeño demonio, sinónimo una vez más de lo poco que vemos, entendemos y aprendemos del universo que nos rodea. Si hubo una mutación, si nació una zoonosis, si pasó lo que pasó, es porque como lo hemos hecho casi todos, vivimos de espaldas a la naturaleza.

 

Sin embargo, hay un mundo que si bien no está ajeno a esto, mira desde afuera esta película tan dramática para algunos y tan lejana para otros. Por eso me vino a la mente, una frase que en estos días dejó de aplicarse: estimados, es hora de que se enteren, “Dios ya no atiende en Buenos Aires”. Cómo? Si, o da apagado o fuera de línea, pero aquí, en Barcelona, en Roma, en Nueva York, aparentemente la línea está saturada y no son pocos los que ven con recelo y envidia, la vida en el interior. Lo maravilloso de esta pandemia, es que no hay plata, no hay confort, no hay apellidos, no hay absolutamente nada que te libre del terror de tener tanta gente desconocida a tu alrededor.

 

Patéticas imágenes recibimos de estas ratas humanas, escrachando médicos, enfermeros y farmacéuticos, por tan solo vivir en el mismo edificio. Lacras entradas en pánico, que desnudan lo poco que conocen y les interesa la vida ajena. Basuras sociales, insertas en un mundo que nunca los incluyó, porque perdidos entre grandes edificios, solo han conocido su propio mundo.

 

Ayer en el camino de La Hormiga me cruce un productor amigo. Nos miramos, nos bajamos y sintiendo cierta rareza, nos saludamos con una venia y terminamos charlando y riendonos, pero tranquilos de conocernos de siempre, como conozco a todos mis vecinos de la cuadra, como se muy bien qué hicieron ayer, con quien estuvieron, adónde viajaron hace un mes, que cuidados tienen y porqué prácticamente todos los días, nos vemos y nos preguntamos “qué necesitas”.

 

Estimados, Dios hoy no atiende en Buenos Aires. Está aquí, relajado en un atardecer de campo, donde podemos caminar, donde no hay escraches, donde la vida continúa, solamente interrumpida con la contaminación que buscamos en las ciudades, con el asado de siempre, con el mismo trabajo, con el saber que todo en la naturaleza sigue igual y que lo único que ha cambiado, es el hombre creyendo que lo mejor en esta vida, estaba en supuesto confort.

 

Subimos al silo y hablamos por teléfono para buscar señal, es cierto, casi no hay internet. La noche se termina cuando la batería dice basta, el calor se apaga, con el último tronco en el fogón. Pero el aire sobra, respirar en el interior, no es un problema. Ojalá que muchos cuando acabe lo que tiene que acabar, se acuerden de que Dios, está siempre en todos lados, pero aquí en el interior, suele venir a disfrutar y apaga el teléfono. Háganse cargo, su obra por aquí todavía, la mantenemos intacta.

Escribir comentario

Comentarios: 0