El amor en tiempos de coronavirus

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Lo que voy a relatar es producto de revelaciones y/o situaciones que hemos experimentado algunos matrimonios en tiempos del coronavirus.

 

Nos cuidan y nos ponen entre algodones. El primer día nos permiten abrir la heladera y hacernos un tentempié. Llega la hora de las comidas y el arte culinario se magnifica con ricos y abundantes platos. Cuando al tercer día queremos repetir nuestra rutina gastronómica -porque el ser humano, especialmente a los hombres, nos encanta acomodarnos rápidamente en una zona de confort-, nuestra compañera de confinamiento comienza poniendo esa cara que conocemos después de muchos años de casados y que nada tiene que ver con ese nivel de éxtasis que experimentamos en la primera jornada de cuarentena.

 

Luego, comienzan las indirectas respecto de una panza que nos costó conseguir gracias a sucesivos asados y comilonas de amigos, en familia o con compañeros del trabajo. Ni les cuento cuando nos dormimos y al otro día despertamos con un dolor en el sector izquierdo o derecho -según sea el lado que nos hayan indicado dormir desde que nos casamos y para siempre- producto de repetidos codazos, para que no ronque más.

 

Cuarto día. Nos comienzan a recordar que tenemos tal o cual enfermedad preexistente y que es un posible factor de riesgo. Nos asustamos y un frío sudor corre por la espalda, porque al fin y al cabo somos unos cagones, y ya nos imaginamos en una sala de terapia intensiva, enchufado por todos lados. Ellas saben cómo ir llevándonos, despaciosamente, tal cual border collie a una majada de ovejas, a la cinta de caminata o a la bicicleta fija, para que iniciemos la sesión de gimnasia que nos debíamos desde hace años. Ambos elementos de gimnasia dejan de ser un colgadero de ropa y pasan a cumplir con el objetivo para el cual fueron construidos.

 

A la tarde, cuando el sol comienza a caer en el horizonte, hacemos balcón con alguna lectura interesante y, por supuesto, dialogamos sobre los hijos, los nietos, y el resto de la parentela, y, por supuesto, vienen las selfies para enviar a los retoños, para que no se olviden de la cara de los abus… Última frase matadora del hombre de la casa: ¿Y esta noche que comemos? Mirada fulminante de ella y respuesta lacónica: “Algo liviano”. Nuestros estómagos comienzan a rezongar, pero ya se van a acostumbrar.

 

La hago corta. Quince días de cuarentena impuesta por el Tío Alberto, y bien tomada. No sólo ha sido una medida sanitaria preventiva, sino que a aquellos matrimonios que ya peinamos canas, pero aún estamos en actividad, nos sirvió para probar cómo va a ser nuestra vida futura en caso de jubilarnos de nuestras profesiones o trabajos. También experimentamos que nuestras esposas son una mezcla de compañeras inseparables, enfermeras, personal trainers, chef, abuelas encantadoras y por sobre todo pacientes hasta más no poder.

 

Más allá de los hechos reales que he comentado y que fueron extraídos de comentarios de más de algún amigo, estos quince días de cuarentena también han demostrado que es posible el amor en estos tiempos del coronavirus.

Escribir comentario

Comentarios: 0