Lo que verdaderamente importa

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Si ya estaba podrido del discurso kirchnerista/cristinista que duró desde el 2003 al 2015, ni les cuento hasta dónde me tienen inflamadas las amígdalas en el primer mes de poder del tío Alberto y su multiprocesada (¿o hay que llamarla “perseguida política”) vicepresidente.

 

Desde los más altos estamentos del poder nos hacen el juego del “policía bueno” y del “policía malo”. Mientras se habla de paz y amor, y de cerrar la grieta, otros arremeten a los palos contra los propios que no se quieren doblegar al poder de los que mandan y de los extraños que siempre están en las antípodas o no comulgan con las inconsistentes mentiras y atropelladas medidas del Gobierno.

 

Nuevamente, y por impericia pueril del anterior gobierno, han vuelto al poder quienes premian la transgresión, avalan el exceso, recompensan con cargos oficiales a algunos que han sido delincuentes. Como diría un profesor de Derecho Constitucional que conozco: “Ciertos círculos afeitados del fascismo de izquierda, y algunos que todavía continúan con barba, escriben y elaboran argumentos que servirán de coartada a este robusto y creciente vandalismo que observamos”.

 

Esto habla de una realidad inequívoca: es una industria y un negocio que da réditos económicos y políticos. Hay una gruesa capa que vive de esto y que necesita invariablemente de nuestro financiamiento vía impuestos. Es una casta minoritaria, pero una casta muy cara.  Esa casta que hoy nos explota quiere y consigue que el pueblo continúe siendo masa. Que no se convierta nunca en ciudadanía.

 

A esta altura vale recordar que la palabra “ciudadano” tiene la misma raíz que la palabra “civilizado”. El ciudadano es persona; se pertenece a sí mismo. No necesita ni tolera capataces ajenos que le digan lo que tiene que pensar, lo que tiene que querer, lo que tiene que hacer.

 

Una gran verdad es que las sociedades, siempre, han tenido y tienen los gobernantes y las instituciones que se le parecen. Esta gran verdad, por serlo, suele no verse. La clave para el progreso social y para todo progreso –sea éste económico, político y cultural- está en educar, en cultivar, en elevar el hombre de la calle; al que comúnmente denominamos “el hombre de a pie”. El común es el que verdaderamente importa, el que le da el tono de un país, no sus personajes excepcionales o los delincuentes de guante blanco, a los que muchos gustan endiosar.

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