Las "taras" mas valiosas

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Un acontecimiento involuntario me hizo entender la importancia de las cosas diarias, que a veces sin darnos cuenta, repetimos robóticamente. Un error, una firma y un débito inesperado, son el causal de una “zozobra emocional” transitoria, que rápidamente se pasa al comunicarme con el lugar en cuestión.

 

Claro, el detalle no menor, es que conozco a los dueños, en realidad, conozco a sus muchos empleados, desde los chicos que atienden a diario, los que limpian, los que te sirven el café, los administrativos, etc. Sin darnos cuenta, repetimos los lugares en los cuales confiamos, poco a poco con el correr de los años, nos sentimos parte, en un saludo, en una charla en una mañana fría, en el calor de una tarde de verano y por qué no, en un mate a escondidas, en el reparo de la casilla donde al cargar combustible, te realizan la factura.

 

Al menos para mí, en los muchos ámbitos de la vida cotidiana, me gusta manejarme con la gente que confío, con aquellos que todos los días nos muestran, que no nos “despachan” sino que en definitiva, nos prestan un servicio. Sutil o no, a la hora de los problemas, la diferencia es abismal y allí es donde esta pequeña rutina de repetir los sitios, nos regala el plus de saber que en esos lugares, también dejamos más que un pago.

 

Cada uno tendrá sus taras, sus sitios, decenas de lugares conforman el repetido listado, desde la cochera donde hace años ni la patente me preguntan, más allá del cambio de vehículos, porque siempre en definitiva, terminamos mateando, con facturas o sandwichitos de la ocasión. En el banco, donde al menos para mí y por suerte en el que convivo, las charlas son con el gerente o con el de seguridad, no hay cajero que después de 20 años, no me salude o algún otro administrativo, me consulte por algún problema con el perro a la pasada.

 

Cosas diarias, sencillas, cotidianas, pero que permiten construir un pequeño muro de seguridad auto-personal, que bien nutrida, puede transformarse en mucho más que un simple “dejo y me voy”. Tal vez es cierto que en algún hipermercado, los precios deban ser convenientes, la realidad lo desconozco. El almacenero de mi barrio es testigo de que cada compra, será indefectiblemente en sus góndolas. Claro, puedo pedir lo que sea a esta altura, que llaman y me lo traen o la infinidad de veces, que ante una fila numerosa, dejo un papel anotado con lo que me llevo y pago en alguna ocasión que la fila en cuestión esté menos cubierta. Beneficios del conocernos, de invertir minutos en relacionarnos, de escuchar alguna vez un problema del otro, de ser parte de algo, llamado barrio, comunidad o simplemente sociedad.

 

Por eso, somos lo que sembramos, aquí o en el campo, cosechar es una consecuencia, jamás es casual el hecho de que las cosas ocurran. Hoy tuve un ejemplo más de que esa seguridad imaginaria, tiene paredes, tiene contención. Solo hay que comprender que en unos pocos pesos de descuento, que en alguna comodidad poco disfrutable, el que no pertenecer a nada, nos deja siempre al desnudo. Las taras de la rutina, un tesoro que en los momentos de necesidad, siempre terminan reluciendo.

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