La pasión no se negocia

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

La jornada se presenta espléndida, los pronósticos invitan a ir al campo y el camino previsto, todavía no está claro ni siquiera en el Gps. “Andá hasta el Divisorio-Las Mostazas y ahí vas para el campo” fueron todas las indicaciones recibidas, como si los cientos de tranqueras que allí nacen, no fueran suficiente como para que una sola sea la indicada. Pero la primera bandera con el trapo colgando de “Jornada ovina” y un marcador azul con su flecha, serían el mejor navegador para transitar más de 20 kms de curvas, cruces, veras de vías, vados y hasta un arreo en pleno camino, suponían del trayecto algo tan o más pintoresco, que la jornada en cuestión.

 

Los caminos siempre son una invitación a entender lo que fuimos a soñar lo que podemos ser. Cada tranquera, cada alambrado, la diversidad de cultivos, las pasturas, los pajonales, los campos abandonados, las taperas, grandes estancias y galpones a lo lejos de un ferrocarril que denuncia a un país a contramano, son la pintura más jugosa de entender mil cuestiones de un futuro que no será jamás posible, por nuestra recurrente idea de ser un poco peor que antes.

 

Pierdo la cuenta de la cantidad de telas colgadas en el alambrado marcando el camino hacia la jornada, hasta que un campo sencillo nos encuentra llegando al destino marcado: sin grandes pretensiones, en el medio un viejo embarcadero, corrales improvisados, stands entre los árboles y una carpa marcando el centro del evento, son la clara señal de que aquí absolutamente todo es a pulmón, es con esfuerzo, pero sobre todas las cosas, es con pasión.

 

Todos miran los comederos, el bañadero, todos charlan con todos, consultan, se trenzan en calurosos debates de “cuánto comen por día”, del rinde del peine o de porqué una raza es mejor que la otra. Dispuestos en la carpa a escuchar las disertaciones, es posible ver todas las caras y lo primero que me viene a la mente es la famosa frase de mi amigo Quique, “mucha cara roja y frente blanca” me habla de que los presentes, son todo gente de laburo, de un trabajo arduo, de una tradición heredada, de unas ganas increíbles de que la cosa funcione, a pesar de que para muchos, termine siendo más un kiosco que una empresa, pero con el sueño intacto de que alguna vez lo sea.

 

La formación de los grupos ovejeristas habla de las grandes necesidades, de los muchos problemas, de ser sabedores de que en el mundo funciona, de que la demanda está, de que la única manera de encontrarle el camino, es juntándose, es ir todos para el mismo lado y evitar los monopolios como los que han establecido los pocos frigoríficos que hoy manejan esta carne. Pero también entienden, que la informalidad –esa que a muchos le ha permitido sobrevivir- hoy nos los deja crecer, los mantiene como una producción débil frente a la vacuna, la porcina o la aviar.

 

Todo por hacerse, todo por mejorar, pero hay algo adentro de ellos que los hace diferentes, que los muestra únicos en un sector, dueños de una actitud y de una pasión que enamora, que contagia, que entusiasma. Están listos los corderos asados y los tablones con subproductos propios de su carne, dejan a la vista que poco conocemos de ella, salvo cuando de los asadores, baja el más excelso de los sabores que cualquier carne puede regalar.

 

Feliz de disfrutar de su gente y de su carne, hago el ejercicio de siempre, de “probar” otro camino a la vuelta, de buscar otras huellas y nuevos paisajes y una vez más, me lleno la vista y como quien no quiere la cosa, salgo airoso a la ruta elegida. Privilegios de vivir y compartir pasiones, sobre todo, de las que no se negocian.

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