Bien profundo, más allá del asfalto

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

“Dejate de joder Carlos, venite en avión como todo el mundo”, me dice el queridísimo Pablo, jefe de prensa de Syngenta, en la invitación que una vez más debo agradecer, me realizaron para un evento. Me niego, lo mío es la tierra y más allá de los muchos viajes que he realizado volando, lo uso solamente en ocasiones necesarias.

 

Por eso una vez más, las horas de ruta me hicieron compañía, el mate siempre bien a mano, la radio clavada en el dial más federal del país y dispuesto lógicamente a dejarme llevar por los caminos de la mente, esos que siempre pueden terminar desde haciendo negocios, armando alguna modificación en la casa, programando los servicios y planificando algún viaje postergado. No hay apuro, la mente, la ruta, el horizonte y lo demás, no se irán a ningún lado por los próximos dos días.

 

A veces pienso cómo harán aquellos que no viajan? No hablo de turismo, hablo de los que no tienen tiempo para estar horas rodeado de uno mismo. Yo la verdad, no encuentro otra manera, más allá de que cada viaje, me permite meter un pantallazo de algún porcentaje imaginario de los cuadros ya sembrados, los que están preparados para sembrarse, los mosquitos laburando, el estado a campo de las haciendas, el que cosecha tarde y por supuesto, infaltable robar cuanta idea, innovación o curiosidad, nos crucemos en el camino. Camino? Si como no mirar aquel camino que se abre a un costado y que curioseando siempre reviso, para ver cuáles son las zonas donde hay huella, donde hubo barro y por qué no envidiando el paso de un buen vecinal consolidado.

 

La radiografía suele salir entera y por zonas, se ven los lotes cosechados, se ven los que se dejaron sin laburar y nunca falta el lotecito de hacienda encerrado en alguna manga frente a la ruta, donde se juega por kilómetros en el mismo repetido pensamiento si serán para cargarse o algún trabajito de rutina. Se ve el clima, claramente de este o de aquél lado de la sierra, te permite conocer cuáles son los bajos más fríos, esos cercanos a Chávez o los que siempre dan la nota, por Arroyo Corto. Cómo no ir jugando con las temperaturas en invierno que te marca el tablero, esa curiosidad de ver cómo se suben o se bajan 3 grados, por una loma, un maíz diferido o el monte de árboles que estanca el aire.

 

A la pasada a caballo y con su perro de compañía, pasa un paisano solitario recorriendo alambres y es infaltable el bocinazo y el levantar la mano – que rápidamente será contestado-, saludando como dándole compañía o más bien, algo casi mutuo para quienes andamos horas y horas en soledad tras el volante. Diría el Pampa, “sonseras, cosas del campo” pero que nos mantienen aún diferentes en muchas cuestiones, tan solo de pensar cuantos cientos de autos pasarán sin ni siquiera mirarlo o tal vez hasta pensando que el tipo anda paseando.

 

Avión? No, no para andar entre mis campos. Seguramente quienes lo hacen sacarán desde allá arriba algún índice verde, pero esos los busco en google, en imágenes satelitales. El camino te regala fotografías, te permite ahondar bien adentro y como quien no quiere la cosa, meterse por un segundo, en cada campo a la pasada.

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