De mentiras y embustes

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Parece que para algunos políticos mentir no constituye una cuestión muy grave. Muchos de ellos ven a la mentira como una forma piadosa de huir de los aprietes o de los votos que pueden quedar en el camino, si dicen la verdad. Y si algo se desprende claramente de nuestra sociedad, es que no existe de parte de ella una demanda ética ni castigo social alguno, y por lo tanto se transforma en cómplice de esa mentira.

 

Con el tiempo hemos captado que las promesas son siempre sospechosas en boca de muchos políticos, y cuando más proclaman un compromiso, es cuando más lejos se encuentran de cumplirlo. Se condena a la pobreza como objeto y se desprecia al sujeto, denigrándolo y haciéndolo tomar parte de las mentiras políticas al ofrecerle un dinero o simplemente un choripán y una gaseosa para que se sumen a dudosas marchas partidarias.

 

El embustero disfruta de su condición sin sonrojarse, porque sabe lo que es y reconoce que los demás también. Opera en un vasto territorio que permite la traición, el doble discurso, las medias verdades, la deslealtad y el claro rechazo a toda forma de convicción del  valor de la palabra como un contrato que une y hace crecer.

 

Los liderazgos se basan en no decir la verdad. En este ámbito todo se consiente y se explica. También es el lugar donde la política encontró su manera de ser para no asumir su condición de servicio. Se vive en la mentira y las acciones de los embusteros solo resultan en una acción normal dentro de ese territorio que solo es hostil para el pobre ingenuo que es víctima de esa situación donde ilusionadamente espera que las cosas se hagan bien.

 

Los políticos honestos no son apreciados. No los elige nadie aunque se diga que se admira este tipo de personalidad.

 

Si no cambiamos esta manera  de ser no habrá futuro o, lo peor, todo seguirá en franca decadencia como hasta ahora en el reino de la mentira donde los embusteros son los soberanos.

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